ESTAMPAS DEL SUR DEL MUNDO

El cantor del bondi 9

El bondi 9 neuquino siempre propone una renovada aguafuerte; la emoción de cada día, el hecho con su carga fantástica o por lo menos recordable, tal como nos enseñaron quienes saben sintonizar la frecuencia sensorial de lo cotidiano. 

Sentado hacia el fondo, como de costumbre, el que esto cuenta se dispuso a la radiografía usual, paneo mañanero de los inicios de cada jornada. No alcanzó a ver al hombre, al principio, porque rápidamente se fue llenando el pasillo de pasajeros, pero sí escuchó su voz preguntando si alguien podía pagarle el boleto (es decir pasar la tarjeta SUBE) “hasta el Parque Central”. Cumplido el objetivo –en tanto, como se sabe, siempre hay quien entre los pobres asiste a otro de igual condición- el viajero inició un discurso para el público presente. El inicio de la oratoria confirmaba, desde el derrape de su palabra, que el hombre venía dándole parejo al trago desde varias horas atrás y que la mañana lo sorprendía con claros rastros de noche insomne. “Yo soy cantor” anunció, en tanto se largaba a la interpretación de un accidentado popurrí de boleros variados y lamentos mejicanos, alusivos al amor perdido de la mujer que lo había dejado. Intercalando estrofas, de canciones mezcladas entre sí, introducía pasajes de su vida, con los que interiorizaba al resto del auditorio sobre el derrotero de su historia personal.

“Mi hija vive en Mendoza, hace años que no la veo y está muy bien”. “Soy borracho, pero…” (Ininteligible) y seguían nuevas coplas, esta vez vinculadas a una “mochila azul” y otras referidas al arrepentimiento y la culpa: “¡Dejo la parranda que hace sufrir a mi madre”. “¡Adiós, botellas! ¡Adiós!” y aclaración pertinente: “Si habré tomado vino, yo… “¡Botellas! ¡Cajas! ¡De todo tomé!”. “¡Y si hay un cantor mejor que venga!”. “Canto por diez pesitos, señor…” decía el trovador, aferrado fuertemente con una mano a un asiento y con la otra sosteniendo una bolsa con pan, seguramente lo único que tendría para engañar el hambre. 

En tanto, surge la reflexión: qué bueno que le hayan pagado el boleto y que el chofer no lo baje. Pobre hermano bandeado, que más de una vez mencionó la palabra dolor, entre otras incomprensibles de su jerga atravesada por los efluvios de la curda. Porque la palabra “dolor”, esa sí surgió clara, aunque las otras no se entendieran. 

Mechaba su canto y su contar vital con chistes que eran festejados por dos pasajeras veteranas. “Sí, mucha risa, pero los cien pesitos no aparecen” (nuevas risas) “Con respeto se llega a todos lados, me enseñó mi madre… Disculpen si molesto a alguien…”. Llegando ya al Parque Central recordó: “Hasta aquí vengo siempre caminando desde la Godoy…” lo que era decir unas sesenta cuadras, para quien ya no tiene ni para el colectivo. 

Al encarar la puerta de descenso, el que suscribe le agarra el brazo y le pasa un billete “¡Hay gente buena todavía, Dios te bendiga!”. “Me prometieron trabajo…pero no me cumplieron” dice el cantor, como justificándose, mientras le estrecha su mano y le ofrece su bolsa de pan a cambio. 

Cuidate, hermano, con un nudo en la garganta, le pide a la vez que se pregunta, el que esto cuenta, lo siguiente:  que quién lo cuida a este hombre. Que quién lo va a cuidar, más allá del bondi 9.

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