Intempestiva.com.ar Blog OPINIÓN El futuro ya no es lo que era
OPINIÓN

El futuro ya no es lo que era

“-¡Lo viejo funciona, Juan!”

Favalli

Para sostener la posibilidad del futuro es necesario quebrar el imaginario colonial moderno sobre las identidades indígenas y su (im)pertinencia en la historia de la humanidad, rompiendo la jaula de espejismos epistemológicos que captura nuestras subjetividades mediante las estridentes promesas lanzadas por el progreso capitalista en su permanente campaña de invitación al abismo.

Entre 1987 y 1993, el 20% de la población Yanomami, un pueblo amazónico distribuido en los estados fronterizos de Amazonas (Venezuela) y Roraima (Brasil), murió a causa de la violencia y las enfermedades transmitidas por la invasión de buscadores artesanales de oro (garimpeiros) en sus territorios comunitarios. La masacre de Haximú, cometida por garimpeiros entre junio y julio de 1993 contra mujeres, niñas, niños y bebés yanomamis, es el único crimen calificado como genocidio en la historia de la justicia brasileña. Detrás de la masacre, además de las ambiciones que despierta el comercio ilegal de metales codiciados, está la convicción de que los pueblos indígenas son irrelevantes y que la humanidad no pierde nada si destruye sus territorios y asesina a sus habitantes. 

Davi Kopenawa es chamán y portavoz del pueblo yanomami. En su persona se reúnen las funciones que el pueblo Mapuche asigna a machis y werkenes. En 2010, Davi Kopenawa publicó “La caída del cielo”, un libro autobiográfico escrito en colaboración con el antropólogo francés de origen marroquí Bruce Albert, cuya realización demandó más de quince años de arduo trabajo colaborativo entre Kopenawa y Albert. El material original son cintas con casi un centenar de horas de grabación registrando las palabras y el pensamiento del chamán Kopenawa. Uno de los capítulos del libro referidos a la minería en territorios amazónicos se titula “El oro caníbal y la caída del cielo, una crítica yanomami a la economía política de la Naturaleza”. 

El pensamiento chamánico yanomami transmitido por Kopenawa nos interpela como habitantes de una provincia a la cual la economía política de la Naturaleza determinada por los intereses del poder financiero global le asignó el lugar de zona de sacrificio: en Vaca Muerta el oro es volátil como el gas y negro como el petróleo, pero la voracidad del extractivismo caníbal es la misma, no importa si se trata de obtener hidrocarburos de rocas shale, litio en salares de altura, metales o tierras raras, del fondo del mar o por debajo de los glaciares, tanto si hay que asesinar líderes Qom como desalojar pueblos amazónicos o negar el reconocimiento a comunidades mapuches con presencia ancestral en los territorios que reivindican y reprimir sus expresiones de reclamo.

en Vaca Muerta el oro es volátil como el gas y negro como el petróleo, pero la voracidad del extractivismo caníbal es la misma, no importa si se trata de obtener hidrocarburos de rocas shale, litio en salares de altura, metales o tierras raras, del fondo del mar o por debajo de los glaciares, tanto si hay que asesinar líderes Qom como desalojar pueblos amazónicos o negar el reconocimiento a comunidades mapuches con presencia ancestral en los territorios que reivindican y reprimir sus expresiones de reclamo.”

“¡Oíd mortales el grito sagrado: Progresar, progresar, progresar!”. Entusiasmadas por el espíritu del positivismo técnico que alimentó al igual que el carbón y el diésel los motores de la revolución industrial, las elites argentinas del siglo XIX equipararon sus ambiciones de expansionismo terrateniente con una gesta patriótica y civilizatoria, relegaron a la subalternidad de una barbarie impuesta a las complejas sociedades indígenas preexistentes que pretendían despojar de sus territorios y sus culturas y aplaudieron los genocidios militares al norte y al sur del territorio argentino. 

La oligarquía de familias latifundistas constituida tras esos despojos impregnó con sus intereses los objetivos del Estado Argentino, que adoptaba en esos momentos su configuración más duradera, adaptando a las particularidades de nuestra historia el mismo proceso de captura de los Estados Nacionales llevado a cabo por las elites europeas y norteamericanas, que convirtieron al progreso tecnológico en un valor social perfecto para ser utilizado como ariete incuestionable tras el cual imponer sus intereses de clase a nivel planetario. 

“El futuro ya no es lo que era”, observó ácidamente Paul Valery ante los estudiosos de la academia francesa en 1937. Mil años antes de que las culturas mesopotámicas comenzaran a emplearlo y dos mil años antes de que se difundiera en Europa, los Mayas tenían un sistema aritmético posicional, habían determinado con una precisión que aún no fue superada la duración del año tropical y comprendían mejor que Kepler y Copérnico los movimientos aparentes de los cuerpos astronómicos. A comienzos del siglo XV Tenochtitlán tenía casi la misma población que París, con mucho mejores estándares sanitarios y socioeconómicos: en términos políticos, agrícolas y urbanísticos estaban siglos por delante de las atrasadas e inviables monarquías europeas que necesitaban de la expoliación y el saqueo para sostenerse en el poder. 

El proyecto de exterminio que llevó a cabo la invasión colonial fue también feroz contra las formas de conocimiento y hoy solo podemos conjeturar acerca de muchos de los aspectos de la vida cotidiana en las grandes culturas americanas, pero la tradición comunitaria ancestral comienza hoy a ser entendida como un tesoro de sabiduría para la organización de relaciones interpersonales, capaz incluso de sanar e iluminar los  padecimientos de salud mental cada vez más extendidos en las sociedades del capitalismo contemporáneo. 

Al ritmo de la Revolución Industrial, la producción y el consumo de carbón en el Reino Unido aumentó drásticamente a lo largo del siglo XIX. En sólo doscientos años el uso de combustibles fósiles desencadenado por la nueva tecnología ha logrado acumular suficiente dióxido de carbono en la atmósfera como para precipitar una crisis climática de consecuencias catastróficas que amenaza la sostenibilidad de la vida humana en el planeta. Al expandirse a nivel global, la economía de mercado está llevando a todos los rincones de la Tierra las tensiones de la desigualdad que constituye el corazón de su modelo de sociedad de consumo individualista.

La sociedad que surge luego de tres siglos de capitalismo representa hoy la contradicción de muchas de las promesas que justificaron inicialmente la adopción de las transformaciones que extraviaron a la humanidad en los laberintos del autodenominado “progreso histórico”: el aumento de la productividad no ha reducido la escasez; la expansión del conocimiento no condujo de manera lineal al fortalecimiento de la democracia; más tiempo de ocio para las y los trabajadores de las sociedades industrializadas no significó mejores condiciones de realización personal sino el desarrollo de nuevas técnicas de manipulación de masas, la unificación político militar de las potencias del mundo no trajo la paz sino el genocidio. Valery lo adivinó enseguida: El futuro ya no es lo que era.

Enfrentado a las calamidades de su hegemonía, el espejismo del progreso se descascara ante nuestros ojos mientras no encontramos todavía un horizonte común que nos permita alcanzar nuevos acuerdos sociales sustentables. El ideologema dogmático acerca de la irrelevancia de los saberes culturales ancestrales conquistados y preservados por las sociedades indígenas para el devenir histórico de la humanidad es el punto ciego hacia el que se desmoronan las utopías progresistas que no comienzan por su desactivación. El escritor y filósofo Aílton Krenak, autor de los libros “Instrucciones para retrasar el fin del mundo” (2019), “La vida no es útil” (2023) y “Futuro ancestral” (2025), tiene razón cuando afirma que “si hay un futuro, es ancestral, porque ya está presente en el aquí y en el ahora, en los ríos, las montañas y los bosques, que son nuestros parientes”.

Enfrentado a las calamidades de su hegemonía, el espejismo del progreso se descascara ante nuestros ojos mientras no encontramos todavía un horizonte común que nos permita alcanzar nuevos acuerdos sociales sustentables”

Instrucciones para retrasar el fin del mundo

Mientras se acelera la concentración de la riqueza en una elite mundial cada vez más voraz y reducida, el agrietamiento de los consensos sociales erosionados por un individualismo creciente está debilitando los estados democráticos. En tiempos del capitalismo financiero el poder parece necesitar cada vez menos de los aparatos jurídicos estatales y avanza en el establecimiento de una nueva tiranía digital sin base nacional. Las sociedades se desintegran y los monopolios que manejan los flujos de información en la red global de comunicación incrementan su poder sobre las subjetividades aisladas: divide y reinarás. 

La experiencia de los chamanes Krenak y Kopenawa como líderes de luchas por derechos comunitarios y territoriales cobra en estos momentos una relevancia inusitada y urgente. La investigadora peruana Andrea Cabel García hace una interpretación personal de las primeras interacciones de Kopenawa con los garimpeiros, relatadas en La caída del cielo. Para ella, en los dos primeros contactos con los mineros, el chamán pudo advertir un “velo conceptual” en sus subjetividades, a partir del cual le fue posible producir una interrupción disruptiva de lo que el antropólogo Michel Toussig ha llamado “intercambio de realidades ficticias”. Estas realidades ficticias serían las “ideas” respecto de los que “son” unos y otros que operan como “preconceptos sobre la otredad”. Cabel García afirma que Kopenawa puede generar esas interrupciones porque su acción trastoca el régimen de la dualidad que marcaba la lógica de la relación en términos de dominación. 

También Aílton Krenak dislocó esa lógica de dualidad opuesta al conseguir articular una alianza solidaria entre indígenas y campesinos caucheros amazónicos. Kopenawa, Krenak y el líder sindical de los caucheros, Chico Mendes, construyeron la Alianza de los Pueblos de la Selva, que se convirtió en una herramienta fundamental para lograr el reconocimiento de los derechos territoriales de las comunidades de la Amazonía y en una de las más destacadas experiencias latinoamericanas de articulación de organizaciones indígenas con el movimiento sindical; una alianza solo posible a partir de una transformación profunda de las ideas respecto del otro que tenían al principio cada uno de los sectores. 

Escapar de las trampas que nos aíslan para reconstruir una vida posible desde la solidaridad está siempre a nuestro alcance, y también es posible alcanzar todavía el futuro que nos aguarda desde las ancestralidades. Aunque en sus intervenciones Aílton Krenak enumera las señales evidentes de la catástrofe social y ambiental que se avecina, el filósofo brasileño aclara que si bien al escucharlo puede pensarse que es un pesimista, “en verdad yo me siento pleno de esperanza porque creo que la idea de humanidad es una invención. Si la gente escapa de esa idea, se pueden experimentar otros mundos”.

 

La imagen de portada corresponde a la instalación “Terricidio”, de Gastón Pereira, 2021.

Exit mobile version