“Volver a la naturaleza, sería su mayor riqueza, allí podrán amarse libremente y no hay ningún zoológico de gente” nos decía Chico Novarro desde la “Carta de un león a otro”. Y aunque es obvio que esto no sucede ni mucho menos sucederá en el futuro (a menos que la propia saturación tecnológica del mundo impulse forzosamente a ello) se trata de una mirada que luce de lo más tentadora.
Recuperar las fuentes esenciales del goce humano ¿es ir para atrás? ¿No será que la evolución real tiene más que ver con rastrear el rumbo del alma en otro sentido, más vinculado con lo primigenio y más natural del ser interior?
Cuando alguien dijo que “la abundancia trae desprecio” propuso una idea a la que no es fácil rebatir.
Hace decenas de miles de años el hombre de las cavernas aprendió a hacer fuego, desde la fricción de las piedras o por medio del frotamiento de la madera. Es curioso pensar que el ser humano de hoy desconoce por completo esa habilidad, aun cuando lo asiste la enorme gama de dispositivos que actualmente le provee la modernidad para lidiar con todo tipo de necesidades prácticas.
Se dirá que –a efectos de la cotidianeidad- no existe ya la necesidad de contar con la sabiduría del hombre primitivo. Y es cierto. Sin embargo, daría la impresión de que, al estar situados en las antípodas de aquel estadio natural de los inicios, el hombre, la mujer de hoy, algo valioso han perdido seguramente. Por ejemplo, la percepción que en el aspecto sensorial les indicaba a las poblaciones originales de la tierra (entre otros saberes hoy extintos) cuándo iba a llover o el conocimiento anticipatorio referente a las conductas de los animales a cazar y que les servían de sustento.
La pérdida de otras habilidades, mucho menos sutiles, también parecen alertarnos con respecto al vértigo insustancial que arrasa con todo en este tiempo. Esto es, por ejemplo, la creciente pauperización de la escritura y del habla. A tal punto se expande este fenómeno que quien no quiera someterse a este abandono se encuentra luchando contra el vendaval de espantos ortográficos o de emisiones orales que por doquier expanden las redes. La necesidad de mantenerse alerta ante el acecho de deformaciones textuales que todo lo invaden obliga a una vigilia de la conciencia permanente y a una auto certificación constante.
La necesidad de mantenerse alerta ante el acecho de deformaciones textuales que todo lo invaden obliga a una vigilia de la conciencia permanente y a una auto certificación constante”
De modo que, si no es posible “volver a la naturaleza”, como nos proponía la canción, tal vez sí sería más que atendible despertar la conciencia de retornar al cuidado y respeto de las formas, esas, que de tanto violentarlas, culminan implosionando. Y que así se propagan, hasta dar, en su eco destructivo, con el paradero de los fondos, con la esencia de toda cuestión que importa, tal como si invadieran los últimos reductos de la naturaleza humana que todavía quedan a salvo.
Volver, parar la pelota suena como imperativo ya más que como deseo. Porque si no atendemos las señales será, que en el curso de este tsunami de falta de respeto a todo lo verdadero y trascendente, no habrá nadie ya que recuerde que vivimos en una casa que es de todos y todas y de todos y todas la obligación de mantenerla a salvo.