“Garoglio mató a la Ivana que él creó, a la Ivana miedosa, a la Ivana con baja autoestima”. Esa “muerte” a la que refería Ivana Rosales ocurrió la noche del 18 de abril de 2002. Esa noche, con la complicidad de la oscuridad, Mario Garoglio ahorcó a su mujer con un alambre, luego la golpeó con piedras en la cabeza hasta desfigurarla y dejarla inconsciente. La metió en el baúl del auto para deshacerse del cuerpo con la certeza que estaba muerta. Fueron tres intentos de femicidio en unas pocas horas de esa noche de abril, porque ella enfrentó a su marido y le dijo que quería separarse. Esa noche, Garoglio “mató” a esa Ivana del pasado para hacer sobrevivir a quien comenzó una lucha que transmitió a cada una de las mujeres que, en silencio como ella antes, convivían cotidianamente con la violencia machista.
Ese 18 de abril, en un café de la ciudad de Neuquén, Ivana, de 28 años, no tuvo mucho tiempo para explicarle a su marido, por entonces empleado jerárquico de una empresa de servicios petroleros, los motivos de su decisión. La subió violentamente al auto en dirección a su casa en Plottier, pero no fueron a la vivienda sino a un descampado, cerca del aeropuerto, y allí intentó asesinarla. Un vecino observó los movimientos de Garoglio en la oscuridad. Más tarde, el hombre se presentó en la comisaría de Plottier. “Le pegué a mi mujer y creo que se me fue la mano”, confesó. Ivana estuvo internada 45 días en un hospital por los golpes recibidos.
A partir de entonces, comenzó una nueva temporada en el infierno para Ivana. Un fallo machista y sexista juzgó a la víctima en vez de juzgar la violencia que la mujer recibió. La Justicia condenó a Garoglio por tentativa de homicidio con una pena leve por “emoción violenta”. El motivo de esa pena baja fueron las “circunstancias excepcionales de atenuación” que pidió el fiscal de la causa, avalada por los tres jueces que juzgaron el caso. ¿Las circunstancias? Que Ivana “no fue una buena madre, ni una buena esposa”. “Ella se lo buscó”, fue la frase que expresó el fiscal Alfredo Velasco Copello en el cierre del juicio.
Garoglio logró mantenerse prófugo los cinco años de la pena que le aplicaron sin pasar ni un solo día de la condena en la cárcel. La violencia machista sin castigo. Consiguió que la Cámara Segunda en lo Criminal de Neuquén le firmara la prescripción de la pena. “Los golpes pasaron, las cicatrices quedaron, pero la cachetada más fuerte es la que te da la Justicia cuando sólo le dieron a Garoglio una pena de cinco años”, resumió Ivana hace más de diez años atrás en el bar del Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén durante uno de los tantos diálogos que mantuvimos hasta su muerte, en septiembre de 2017.
El calvario de esta enorme e incansable luchadora por los derechos de las mujeres tuvo otro capítulo más: sus hijas Abril y Mayka habían sido abusadas sexualmente por su padre, Mario Garoglio cuando eran menores. Los abusos ocurrieron cuando la Justicia (a través del juez Martín Gallardo) obligaba a las niñas a encontrarse con su progenitor por el régimen de visitas. Años después, Mayka, la mayor, se terminaría quitando la vida.
Alguna vez Ivana contó, en una entrevista en el suplemento Las/12, que Mayka quería ser mochilera, “era su sueño”. “Si una adolescente se animó a denunciar a su papá pese a lo mucho que lo amaba y que lo odiaba yo tengo que ser, como ella me decía, fuerte como una piedra. Soy una sobreviviente. El Estado te dice que la violencia es contra vos, no contra ellos y te obliga a llevarlas con el padre, aunque tengas la cara destrozada. Mi hija sufrió un trauma y no lo pudo superar”, recordó.
“la emoción violenta/ lo salvó/ pero no a/ Ivana/ que apenas/ sobrevivió/ con la cabeza rota/ y el alambre/ en el cuello/ se me fue la mano, dijo Garoglio/ a los policías/ mis manos/ qué le habrán hecho/ qué/ y en la cabeza de Ivana/ un mapa de ríos belicosos/ de cañadones y cordilleras/ y el miedo/ siempre en sus ojos/ el miedo/ de morir/ de nuevo/ siempre” (fragmento del poema de Gerardo Burton del libro “Heridas que no cierran”, editorial Espacio Hudson).
Abril afirmó alguna vez que empezó a entender la lucha de su madre cuando tenía 12 años. Desde entonces comenzó a participar de marchas y de los encuentros nacionales de mujeres en distintas partes del país y acompañó a otras víctimas de abuso sexual.
Hay una foto, que ilustró la tapa del libro de Beatriz Kreitman -que reconstruye la historia de Ivana-, en la que se la ve junto a su hija Abril en una de las marchas de Ni Una Menos en la que la joven lleva un cartel que dice “En la calle me quiero sentir libre no valiente”.
“Yo conozco la violencia y no la quiero más en mi vida ni en mi cuerpo ni en mi entorno. Muchos fueron testigos mudos y ayudaron a continuar con mi sufrimiento: la Justicia de Neuquén es interpretada por jueces para quienes la vida de una mujer no tiene valor”, me explicó durante la previa a un 25 de noviembre, en que se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Por entonces ya no se le detectaban las huellas físicas del brutal ataque sufrido esa noche de 2002.
Ivana se lamentaba por las mujeres que “naturalizan” la violencia dentro del seno familiar. “No se dan cuenta que son seres humanos dignos de respeto y valor, y que hay leyes que amparan sus derechos”. Ella que fue criada con el lema “por las buenas o por las malas” y eso la llevó a naturalizar la violencia que recibía de su ex marido. “No era sólo el maltrato físico sino también psicológico, como cuando me ponía una ropa que no estuviera de acuerdo a sus gustos, yo sabía que después de eso venía la paliza. Yo tenía mucho miedo de ir y denunciar a la comisaría porque para mí yo tenía que cumplir con los deberes de una mujer de la casa”, describía.
“Estoy viva de milagro”, decía esta mujer que de víctima se transformó en activista. No dejó de acompañar a otras sobrevivientes como ella.
Ahora era una mujer entera, con una entereza suprema y un sentido de justicia.
Solidaria. Profundamente solidaria porque trató de que todo lo que a ella le tocó vivir pudiera servirles a otras mujeres para que no pasaran por lo que ella pasó.
Su lucha en busca de justicia llegó tarde. Cuando la causa contra su ex pareja prescribió, él reapareció y fue condenado a cuatro años por el abuso a sus hijas.
En ese momento, Ivana dijo haber tomado conciencia de cuáles habían sido sus derechos violados en el juicio, la discriminación que recibió por parte de la Justicia. Y recurrió, en 2005, al patrocinio del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), organización de defensa de los Derechos Humanos, para que lleve adelante un reclamo de reparación del Estado argentino y neuquino por su caso.
Pero Ivana murió el 6 de septiembre de 2017 por un ataque epiléptico, una de las secuelas que le quedó de la brutal golpiza por parte de Garoglio. Ivana cursaba un embarazo de 5 meses. Cuando su hija no recibía las respuestas de su madre a sus mensajes, decidió ir a su casa. La encontró muerta, llevaba dos días fallecida.
También Abril fue quien, a pesar de tener que enfrentar diversas instancias judiciales, tomó el reclamo que su madre había comenzado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El resultado de su accionar y perseverancia fue que en septiembre de 2019 el Estado argentino firmó el Acuerdo de Solución Amistosa ante este organismo internacional, que en otras palabras significa el reconocimiento de que todo se obró mal en la intervención de la Justicia: revictimización, discriminación, decisiones basadas en estereotipos de género, violencia patriarcal en el fallo y en todo el proceso.
Este proceso comenzó en 2014 y finalmente se convirtió en el primer pedido de disculpas del Estado argentino ante la CIDH, órgano que forma parte de la Organización de los Estados Americanos (OEA), por un caso de violencia de género.
En diciembre de 2016, unos meses antes de su muerte injusta, llegué hasta su casa del barrio Giachino, de Plottier, frente a la única plaza del barrio -según me indicó- para escucharla una vez más. Le brillaban los ojos, hablaba entusiasmada de un proyecto del cual venía pensando hacía tiempo. A esa casa donde había sufrido violencia, ella quería convertirla en un refugio para albergar a mujeres golpeadas.
“Esta casa me trae recuerdos muy dolorosos, está impregnada de dolor y ya no quiero vivir acá”, me confesó. Su mirada recorría cada rincón de ese hogar que había comprado con su exesposo y donde crió con amor y plena dedicación a sus tres hijos. También, entre esas paredes, reconocía cada momento en los que sobrevivía a los golpes y maltratos. Y donde también se quitó la vida su hija Mayka.
Ese proyecto de casa-refugio seguramente comenzó a tomar forma cuando luego de reponerse a los golpes de su exmarido, junto a sus tres hijos fue trasladada a un refugio para mujeres víctimas de violencia de la ciudad de Neuquén, que dependía, en aquel entonces, del Ministerio de Desarrollo Social.
“Estuve dos meses con mis hijos allí y la verdad es que era un lugar horrible, todo enrejado. No existía contención alguna, dejaban a las chicas tiradas como una bolsa de basura”, expresó Ivana durante esa entrevista.
Esa casa-refugio significaba para ella “poder transformar esta casa de dolor en un lugar en el que se pueda vivir la esperanza”. Y decía que ella misma se ofrecería para acompañar a las mujeres que se alberguen momentáneamente en la casa que piensa acondicionar y sólo exige un requisito: que el lugar lleve el nombre de su hija Mayka.
El Centro de Protección Integral de Mujeres en Situación de Violencia “Ivana y Mayka Rosales” fue proyectada en su momento por la Secretaría de Obras Públicas de la Municipalidad de Plottier e iba a contar con la financiación de Nación, Provincia y el Estado Municipal.
El espacio destinado a la contención de mujeres y sus hijos e hijas padeció la motosierra del Gobierno de Javier Milei y las obras quedaron paralizadas. Hace unos días, el Gobierno de Neuquén firmó un convenio para reiniciar las obras.
Cada vez que escucho el nombre de Ivana Rosales o la veo en fotografías no puedo dejar de recordar aquella tarde calurosa de octubre de 2016 donde la encontré, para mi sorpresa -aunque le había cursado una invitación-, para una charla sobre literatura que iba a ofrecer en la librería Mil Hojas, en Plottier.
Pocos minutos después que había empezado la charla apareció Ivana, se sentó en una de las sillas dispuestas en el pequeño salón. Nunca le había dicho que además de periodista, escribía poemas.
Esa tarde entre los textos que presenté, leí algunos de mi libro “Resplandor de Madres”, dedicado a las Madres de Plaza de Mayo de Neuquén y Alto Valle. Al terminar, se acercó y me agradeció haberla invitado. Luego recibí un breve pero profundo mensaje: “Acabamos de leer con Abril, mi hija, el libro ‘Resplandor de Madres’ y nos dio pie para una hermosa charla. Gracias. La historia se inmortaliza en cada escrito y está cumplido el objetivo de LAS MADRES. Hoy cenamos con ellas y con su gran enseñanza”.