ESTAMPAS DEL SUR DEL MUNDO

El miedo

“El miedo sólo sirve para perderlo todo” había escrito Manuel Belgrano y mucho más acá en el tiempo, Eduardo Galeano definió ese sentimiento como “una jaula”. Una síntesis de ambas miradas podría reducirse a pensar en un encierro en el que somos despojados de muchas cosas, pero en particular de la vida, entendiéndose en este caso por “vida” no al cese de la existencia física, sino a la que hace a la interacción con todo lo vital que nos rodea.

Cuando pibes, era el miedo a la oscuridad, a otros pibes más grandes que nos pegaban y a la directora de la escuela cuando nos mandaban a su oficina en castigo, entre otros varios.

Más grandes, adolescentes, para los varones, el miedo cumbre, era el que surgía a la hora de abordar a la piba deseada; para las chicas, tal vez, el de sentirse interpeladas en sus propias dudas ante aquel requerimiento.

Si la persona fue un joven que vivió bajo regímenes dictatoriales, entonces es muy posible que haya experimentado los distintos voltajes del temor, los que a veces eran disparados por un teléfono sonando a deshoras, una frenada de auto (tal vez sin patente) abrupta en la calle, portazos de madrugada, o por el traqueteo de los helicópteros sobre el techo de las casas.

Otras aprensiones pueden tomar mil formas, que van desde el pánico a sufrir una enfermedad mortal o a que la sufran quienes son amados.

Se añaden los de quedarse sin trabajo y no saber cómo pagar el alquiler, o, algo más allá, cómo surtir la heladera.

Cuando Goethe dijo “Sé osado y fuerzas misteriosas acudirán en tu ayuda” la certidumbre de ese flash repentino te inundó la conciencia. Entonces ¿dar nomás el salto hacia el absoluto (de la decisión que fuera) o pegar la vuelta con la cola entre las patas?

En Ajedrez, por ejemplo, a veces se regala una o más piezas al rival, en lo que se conoce como “sacrificio”, porque se sabe, a veces con certeza, que ese arrojo, esa corajeada, dará pie a un triunfo y además brillante. Pero a veces ese intento se realiza sin seguridad, con apenas una suerte de percepción difusa donde la intuición y el cálculo se pierden en lo intrincado del tablero. Es cuando el jugador se arroja al vacío, muchas veces en procura de la belleza, aun cuando sobrevenga la derrota, la que ya se le antojaba previamente como el resultado más factible. 

Así como alguien dijo “la vida imita al arte”, un gran maestro sugirió que “la vida imita al Ajedrez”

Otros miedos, que parecieran arribar como lluvia de meteoritos de diversos colores y formas adquieren un carácter de imprecisos. Es cuando hay una sensación que late en el aire ante la presunción de algún tipo de peligro no identificado. No puede ser explicado, parte del misterio de lo que no se ve, pero se siente.

Y en todos los casos, donde hay que obrar con decisión, tercia la duda ¿Será esto lo que hay que hacer? ¿Será aquello otro? Y en la conclusión tal vez la única certeza es la que abona la sensación de que no es el miedo, en ningún caso, la forma más eficaz de resolver lo que fuere.

Porque, en última instancia, alivia más el alma saber que se perdió intentándolo, que quedarse con la duda de lo que pudo haber sido desde el pasivo refugio de la retaguardia.

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