La situación de la clase obrera, al menos en Occidente, es de un profundo deterioro de sus condiciones de vida. La crisis global que estamos atravesando es multidimensional y combina la caída sostenida de la tasa de ganancia; los límites de la descentralización productiva mundial y la forma de organizar el trabajo (particularmente para el abastecimiento de los países occidentales centrales); la decadencia del imperialismo norteamericano; la emergencia de China como potencia económica mundial; la crisis climática; guerras y genocidios.
Asimismo, desde por lo menos el inicio de esta década, pandemia mediante, la vida de lxs trabajadores se modificó sustantivamente. Por un lado, las medidas de aislamiento social detuvieron, ralentizaron y restringieron la circulación de mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo, trastocando el despliegue de la vida social en general y del trabajo en particular. Esto puso un límite concreto a la forma de organizar el trabajo a través de la deslocalización productiva y la tercerización, del último cuarto del siglo pasado.
Recordemos que esta división internacional del trabajo, iniciada con los golpes de Estado latinoamericanos, con la dirección general de los Estados Unidos, sostuvo el abastecimiento de materias primas de los países periféricos, pero además desplazó hacia algunas regiones específicas del globo la producción de mercancías, de forma segmentada y no integrada. El neoliberalismo implicó un control casi absoluto del intercambio internacional, la flexibilización de derechos laborales y la aceleración de los modos de extracción del saber obrero y reconversión tecnológica.
Desde por lo menos el inicio de esta década, pandemia mediante, la vida de lxs trabajadores se modificó sustantivamente.
La llegada de la pandemia y las restricciones en el intercambio de mercancías obstruyeron el arribo a los países centrales de algunos bienes imprescindibles, por ejemplo, respiradores. Esto profundizó, además, el ascenso de China, cuyo desarrollo industrial alcanza la capacidad de autoabastecimiento casi en todos los sectores, y en aquellos que aún no, la restricción de la circulación de mercancías internacional le permitió reconocerlos y trazar una planificación adecuada a tal fin.
Por el contrario, las economías no planificadas se encontraron con obstáculos y, particularmente, Estados Unidos mostró su incapacidad de resolver de forma inmediata la crisis sanitaria. El modelo norteamericano de vida como horizonte de sentido social universal entró en una crisis terminal, que desató una carrera de rapiña empresarial traducida, entre otras cosas, en una inflación creciente.
En Argentina, la crisis inflacionaria fue adquiriendo velocidad y la salida de la pandemia tuvo como correlato la desorganización generalizada de la sociedad, incluyendo la poca capacidad de respuesta popular frente a la pérdida de derechos y poder adquisitivo.
El caso más emblemático de la ruptura de colectivos de trabajo es a través de la modalidad del home office. La traslación de tareas a los domicilios, con adición de nuevas funciones y tareas, desordenó la jornada y el ritmo de producción. Ese desorden laboral, de un modo simultáneo témporo-espacialmente, trastocó la vida doméstica. El tiempo laboral acordado legal y contractualmente se desdibujó, es decir que a partir de la incorporación masiva del teletrabajo se produjo una indefinición de la jornada laboral.
Esta modalidad de trabajo fuera de los espacios tradicionales (o acordados) de desarrollo de las tareas productivas, tiene implicaciones muy complejas en la desestructuración de los colectivos laborales. La pandemia enseñó socialmente que es posible disminuir el contacto físico humano para producir y para vincularse en general. Esto conlleva una multiplicación de formas de comunicación a distancia, que reemplazan la emocionalidad corporal por mensajes a través de distintas aplicaciones y softwares propios de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs).
El caso más emblemático de la ruptura de colectivos de trabajo es a través de la modalidad del home office. La traslación de tareas a los domicilios, con adición de nuevas funciones y tareas, desordenó la jornada y el ritmo de producción.
En este sentido, entonces, las tareas, las actividades y los ritmos de trabajo adquieren un sentido impreciso, plausible de ser modificado por los empleadores en cualquier momento, por cualquier eventualidad. La incertidumbre pasa a ser una variable que configura la organización del trabajo.
En este contexto de desestructuración de las relaciones laborales y la modificación de la organización del trabajo, con la difuminación del tiempo-espacio de trabajo asalariado y trabajo no asalariado, los marcos regulatorios existentes no son coherentes con la voluntad de imposición empresarial. En el caso argentino, la reforma laboral regresiva que está en danza por el gobierno de Milei, apunta precisamente a regular la máxima flexibilización, a través del cuestionamiento de la estabilidad laboral en todas sus formas y del aumento de la jornada.
Esto nos encuentra hoy con un fomento extraordinario de la competencia, para la cual la máxima individualización es sinónimo de eficacia. Cada cual actúa por su parte, con las capacidades y competencias que haya podido adquirir bajo su propia responsabilidad, y que ubican a cada individuo en una carrera en la cual sobreviven sólo quienes les ganan a sus pares. El emprendedorismo, en este sentido, es el summum de la competencia: la venta de la fuerza de trabajo me convierte en empresaria de mi misma y tal como las empresas, la competencia es la arena de mi existencia.
Bajo estos términos, la jornada laboral idealmente será determinada por el/la emprendedor/a, pues esa capacidad de adaptación forma parte de los valores de la eficacia empresarial. Esto extiende la jornada -como vimos con el teletrabajo-, pero además esta extensión trae consigo pluriempleo: la extensión de la jornada laboral no es necesariamente para un solo empleador. En ese sentido, el solapamiento de la jornada laboral asalariada con el tiempo de trabajo no asalariado no llama la atención, sino que por el contrario, le permite al emprendedor demostrar mayor capacidad, determinación y compromiso: está en plena disposición para trabajar.
Esta pretensión de configuración subjetiva individualista de la clase trabajadora entra en contradicción con la organización colectiva del trabajo, que implica cooperación, pero además con los sindicatos y otras asociaciones de trabajadores. El ataque sistemático a las organizaciones sindicales, sociales y políticas de trabajadores tiene no sólo la tradicional afrenta contra la lucha por mejorar las condiciones de trabajo y de vida, sino que además el carácter colectivo de estas organizaciones se da de bruces con la individuación emprendedorista.
Por un lado, las propias condiciones de desdibujamiento de los límites de la jornada de trabajo, ya sea para uno o para más empleadores en simultáneo, producen una enorme incertidumbre respecto del tiempo (y por tanto, del futuro). La planificación como modo de ordenamiento subjetivo se entorpece y los límites se difuminan hasta desaparecer, por lo cual el tiempo de ocio, el tiempo de trabajo reproductivo no asalariado, el tiempo de trabajo productivo no asalariado y el tiempo de trabajo asalariado se solapan. A este malestar se le agrega la dificultad de desarrollar tiempo de ocio por fuera del consumo de mercancías, mediado por las posibilidades adquisitivas, en donde sí los límites se tornan absolutos.
Por otro lado, la carestía de la vida multiplica el pluriempleo como modo de llegar a fin de mes y esto, muchas veces, obstaculiza también la adscripción a un colectivo laboral específico. Así se configura un sentido común en el cuál no soy de aquí, ni soy de allá, dificultando la construcción de lazos y vínculos socio-afectivos con lxs compañerxs de trabajo y con las tareas mismas. En este sentido, el padecimiento propio de la enajenación producto del trabajo asalariado se adiciona el sufrimiento derivado de la soledad en el quehacer laboral y las dificultades de contrarrestar ese malestar a través de la organización colectiva (tanto para mejorar las condiciones de trabajo, como para transformar la sociedad).
La victoria de Milei en Argentina es consistente con este panorama de pauperización generalizada de la vida social, de las condiciones de trabajo y del estado subjetivo individualista que se pretende consolidar.
Además, estas formas de organizar el trabajo individualizantes se sostienen en la competencia entre pares. Es una competencia que determina el éxito, y de su mano, la realización subjetiva e incluso, el placer. Asimismo, produce rivalidad y rencor social, entre aquellxs que triunfan y aquellxs que no, en un marco en el cual los parámetros de triunfo están pauperizados: ya no se trata del encanto neoliberal de la vida en Miami; ahora ya es un privilegio a envidiar e impugnar tener trabajo formal, estabilidad laboral, o una vivienda. Estos criterios se consolidan en soledad, naturalizando los sentidos comunes producidos por las grandes empresas, sin ámbito de crítica colectiva.
Es decir que, al padecimiento estructural de la enajenación, se le incorpora el deterioro de las condiciones de trabajo que conlleva sufrimiento (material y emocional), pero que trasmuta en resentimiento, frente a la ausencia de proyecto social colectivo.
Finalmente, vale decir que la victoria de Milei en Argentina, por tanto, es consistente con este panorama de pauperización generalizada de la vida social, de las condiciones de trabajo y del estado subjetivo individualista que se pretende consolidar.
En este contexto tan complejo, aparecen batallas claves que dar por parte de las organizaciones de la clase trabajadora, particularmente los sindicatos, pero no solamente. Por un lado, configurar hechos colectivos que interpelen a lxs trabajadores como protagonistas ya no de su propio trabajo individual, sino del proceso común. En este sentido, la movilización popular, la construcción de reclamos y la confrontación con el sentido común dominante llevan lo colectivo en su seno.
Por otro lado, hace falta recuperar la iniciativa respecto de la disputa por los límites de la jornada laboral y los ritmos de producción. Retomar las banderas históricas del reconocimiento de las tareas y actividades que se realizan, a través de la descripción sistemática, permite también visibilizar el carácter colectivo y cooperativo del proceso de trabajo. Mucho más cuando esas materias son negociadas colectivamente. Asimismo, la reducción de la jornada laboral con igual salario es un horizonte posible para poner en tensión los sentidos individualistas y competitivos circulantes.
Nuria Giniger es Doctora en Antropología Social (UBA). Investigadora de CEIL-CONICET. Secretaria general de ATE CONICET Capital.