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ESTAMPAS DEL SUR DEL MUNDO

Contención en los barrios de Neuquén

“¿Por qué no hubo delincuencia durante mi gobierno?” –comentaba, palabras más palabras menos, en una conferencia el general Juan Domingo Perón, años después de haber sido derrocado- “¿Por qué los muchachos no salían a robar?” –se preguntaba- “Simple, construimos un club en cada barrio y le dimos el control absoluto a los vecinos”.

La contención a la juventud, operada desde las herramientas del poder puestas a disposición de crear una vía de formación, identidad y pertenencia, fueron alguna vez entendidas como políticas de Estado. Así, las instituciones sociales comunales, lograban canalizar la energía y el tiempo libre de tantos chicos y chicas; así se los protegía de los abismos de la droga, la marginación y la violencia en que se precipitarían, cuando aquellas células vecinales, empáticas burbujas de calidez y solidaridad, fuesen decayendo con los años.

Hoy los tiempos son otros, muy distintos. La invasión virtual trastocó todos los parámetros de las relaciones humanas y los modos de distracción derivan a la reclusión doméstica y al contacto por vía de pantallas a la distancia. Sin embargo, quien recorra los barrios de la ciudad de Neuquén, puede descubrir espacios verdes florecidos donde no los había; plazas y juegos aparecieron allí donde antes los yuyales y los depósitos de basura emergían sin remedio.

Lo que está bien es preciso y honesto destacarlo, del mismo modo en que se exige y se reclama por lo mucho que no está bien todavía y que debe resolverse. Recuperar aquellas políticas de Estado, al menos en el sentido de la recreación (ya que otros temas acuciantes no siempre son tenidos en cuenta) luce como una tarea imprescindible si se pretende combatir el flagelo del desamor, traducido en el escape hacia las drogas, el robo y la violencia.

Las canchitas de fútbol ofrecen un panorama que a las generaciones anteriores no puede dejar de resultarles llamativo. Esto es que ya no son sólo varones corriendo tras de una pelota, sino que las mujeres ocupan ese espacio con una naturalidad creciente, la que pareciera mostrar que no todo está perdido ni que el pasado siempre haya sido mejor.

Las tribunas de los estadios del país ofrecen un panorama que hace medio siglo era impensado. Familias enteras, chicos y chicas con sus madres, se integran de un modo que permite creer, otra vez, pese a tanto conflicto y dolor reinantes, que algo rescatable sucede en forma simultánea a lo que está horriblemente mal, algo que mejoró en algún aspecto el paisaje humano de una tierra arrasada.

De la puja dialéctica de las marchas y contramarchas humanas se desprende la luz y la sombra. Una de cal y una de arena, diría la voz popular. Y es de ese amasado de sueños, broncas, ilusiones, dolores, esperanzas, desamores y encuentros, que a los tropiezos se arma el panorama creciente del tiempo que irrumpe.

Y lo cierto es que en la noche reinante no todo es oscuridad, si es que se para la pelota y se agudiza la mirada.

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