¿Qué es un territorio? Regreso a Aluminé cuando están por cumplirse 49 años de mi primera llegada a este lugar, y como en cada viaje, estar acá no se define como una posición sino como una intensidad especial, como una forma de sentimiento.
¿Qué vamos a hacer cuando el turismo haga con los lugares lo que la era de su reproductibilidad técnica hizo con los cuadros? El turismo comercial disipa el aura de los lugares y eso es un precio demasiado caro para lo que la industria deja en los territorios que desangela. Las latas de cerveza tiradas desaprensivamente a la vera de los caminos que rodean el pueblo son apenas la evidencia visible de un desprecio y un maltrato que camina sin corazón y lastima la tierra en formas más profundas que las que podemos ver o comprender.
Estoy en Aluminé, en Semana Santa, pero sea lo que sea que estoy haciendo no es turismo, aunque sí, y no es visitar parientes, aunque también. ¿Vine hasta acá para hacer lo que estoy haciendo? ¡Quién lo sabe!
Juan Benigar (Zagreb, 1883; Poi Pucón, 1950) fue un “intelectual cordillerano”, según la categoría utilizada en los estudios de la Dra. Verónica Soledad Domínguez (CONICET) y en otras investigaciones sobre el tema. Se trató de personas que llegaron a los territorios nacionales patagónicos con bagajes culturales por los cuales fueron requeridos para desempeñar funciones administrativas (no siempre remuneradas) y que además se dedicaron a trabajos de registro e investigación de las culturas locales originarias.
Benigar caminó por primera vez estos lugares en abril de 1925, acaso una mañana tan luminosa y fresca como esta en la que ahora escribo, a pesar del siglo exacto que las separa. El croata tenía 42 años cuando llegó a Quillén o a Quila Chanquil (en este punto las fuentes discrepan), invitado, convencido y contratado por el escritor neuquino Félix San Martín para desempeñar funciones de alguna responsabilidad en los campos de su propiedad. Todas las experiencias acumuladas en 42 años de recorrer extensamente el mundo fueron el preámbulo de la transformación que le brindó este lugar en el que su vagar se detuvo hasta la partida final acaecida 25 años después.
Mientras Benigar acomodaba sus papeles y las pocas pertenencias que movilizaba consigo en sus habitaciones de trabajador cordillerano, leguas adentro del entonces Territorio Nacional del Neuquén, en Cutral-Co, más cerca del Limay que del Aluminé, pero lejos de los dos, María Teresa Arriagada sentía los primeros dolores que anunciaban su cuarto alumbramiento. La madre de Marcelo Berbel escuchaba aún en el vientre el llanto de su hijo supo por eso que Don Marcelo sería poeta.
“Naces, Guadalquivir, de fuente pura
Donde de tus cristales leve el vuelo
Se retuerce corriente por el suelo
Después que se arrojó por peña dura.”
Al igual que el Guadalquivir español cantado por Francisco de Quevedo, el Aluminé es un río de deshielo. Para octubre de 1976 yo tenía seis meses de edad. De acuerdo a la reglamentación penal argentina ya estaba capacitado para alimentarme sin el sustento del pecho materno. No habiendo más motivo para la permanencia de los infantes junto a sus progenitoras una vez alcanzada dicha autonomía, la dirección de la Unidad de Detención de Villa Devoto ordenó que Alicia Luna abandonara el pabellón de madres para volver con las otras presas políticas.
Mis abuelas se turnaron para cuidarme, Elsa Martín en Coronel Belisle y Norma Fernández en Neuquén, hasta que me trajeron acá, donde la familia de Juana Fernández, mi tía abuela, me cuidaría amorosamente y el aparato del terrorismo de Estado no me encontraría con tanta facilidad. Era octubre o noviembre de 1976, el Aluminé recién comenzada a desperezarse del invierno cordillerano y con los primeros deshielos afinaba el tono cantarín de sus aguas para una nueva primavera.
En 1968 José Larralde graba su tercer disco, “El sentir de José Larralde, herencia pa´ un hijo gaucho”, de enorme trascendencia en su carrera por la masividad que alcanzó, vendiendo en solo un mes más de 30 mil copias. De las ocho piezas registradas en el álbum, dos pertenecen a Marcelo Berbel: una zamba, “La pasto verde”, que abre el disco, y una milonga, “Piñonero”, como cuarta pista. Sobre este tema Marité Berbel, hija del cantor y poeta neuquino, asegura que es una canción que “tiene magia”, que siempre que suben a un escenario tienen que cantarla, y que su hermano Hugo comentaba que “si no la cantamos en el escenario la terminamos cantando al costado de la cama porque de otro modo no podemos dormirnos”.
“Piñonero” forma parte de mis recuerdos más tempranos: aún hoy, décadas después, conservo todavía la impresión que me causó cuando sonó en la radio de Genuario Cáceres, el marido de Juana. Yo tendría entonces calculo que unos cuatro años y mi mamá seguía presa en Devoto a disposición del gobierno militar, sin causa y sin condena, pero retenida por la dictadura en ese penal a 1.200 kilómetros de su familia.
En la casa de Aluminé había un equipo musical, un “combinado”, ese mueble completo que contenía el tocadiscos, la unidad de potencia y el receptor de radio, además de espacio para guardar la colección de discos. Allí sonaban canciones románticas españoles, intérpretes melódicos de México y Centroamérica y por supuesto discos de folclore, llegados hasta aquel pueblito cordillerano por el boom que difundió la música de raíz criolla en todo el país durante la década de 1960.
Un día, yo estaba sentado en el living y de esos parlantes que siempre hablaban de lugares desconocidos para mí comenzaron a salir los acordes de Piñonero. Cuando escuché casi sin atender “de Moquehue vengo al pueblo” la canción capturó mi atención, pero la parte de “tantas leguas pa´ llegar a Aluminé” tuvo para mí la trascendencia de una epifanía. Que una voz conocida como la de Larralde mencionara el sitio donde vivía me sorprendió extremadamente, impactando mi mente infantil con una impresión imborrable que me enorgullecía de vivir en ese pueblo que aparecía en las canciones y que nunca me abandonó.
Hoy creo que además de la sorpresa del niño hay algo más: ese día supe, sin entenderlo todavía pero como una certeza fundamental que todavía me acompaña, que el arte puede vincularse con la cotidianeidad y transformar lo particular en universal. Marité cuenta también que la canción ha recorrido el mundo llegando a personas como esos “intérpretes de otras partes que lo tienen en su repertorio sin siquiera conocer los sitios nombrados”.
el arte puede vincularse con la cotidianeidad y transformar lo particular en universal”
Aquel piñonero vestido con harapos y casi descalzo que arrastraba esa “carga que no es mucha y vale poco” recorriendo otoño tras otoño el mismo camino solitario no era pobre, había sido empobrecido. Esa figura despojada de todo, obligada a soportar los inviernos cordilleranos refugiado en un tronco hueco con los pocos víveres conseguidos intercambiando en el pueblo los piñones que pudo recolectar durante el otoño es la contracara de la prosperidad, opulenta en comparación, que disfrutan quienes consiguieron apoderarse de su territorio.
Benigar vio al mismo paisano, lo había visto en Catriel, en Cutral-Có, en Zapala. Sabía que su miseria no era consecuencia de las condiciones ambientales, conocía el pueblo que hasta la llegada de los ejércitos nacionales había prosperado en ese mismo territorio a uno y otro lado de la cordillera, y entendía los mecanismos de saqueo y opresión que los habían desapoderado de todo. Discutió esta injusticia con políticos y funcionarios hasta enemistarse con el escritor terrateniente que lo había contratado. Se identificó con esos mapuches despreciados, formó entre ellos su familia y con ellos sufrió persecuciones y desalojos como los que el Poder judicial argentino sigue ordenando al día de hoy contra las mismas comunidades para que otros se queden con esos mismos territorios.
Crecí en Aluminé porque mi familia fue partida por un genocidio lanzado por el Estado y ejecutado por el Ejército, pero me tomó toda la vida entender cómo mi historia reflejaba la de otros niños de padres asesinados y madres secuestradas, y que la misma comprensión de la injusticia que llevó a Benigar a convertirse en un desposeído había impulsado a mis padres a la misma lucha por construir una sociedad menos desigual.
Abril está cargado de aniversarios como una cabeza de Pehuén está cargada de piñones maduros”
Abril está cargado de aniversarios como una cabeza de Pehuén está cargada de piñones maduros. Sin saberlo, llegué al pueblo a tiempo para asistir a las Primeras Jornadas de Historia Regional organizadas por el Centro de Estudios Benigarianos con motivo del primer centenario de la llegada de Juan Benigar a este lugar que para mí esta cargado de emocionalidad individual pero él, sin una historia personal que lo condicione, percibió también como un portal de energías desconocidas.
Cuando llegué tenía la intención de aprovechar mi estadía para escribir sobre la poética de Berbel como semilla de la identidad provincial porque sabía que estamos en el mes del centenario de su nacimiento. Después de escuchar las exposiciones de quienes investigan la obra benigariana me nutrí de datos relevantes e interpretaciones esclarecedoras.
Allí mismo también me encontré con René Chávez y Susana Vega y entre nosotros estuvo presente mí mamá (el primer día de este mes hubiera cumplido 72 años), a quien extrañamos muchísimo. Y todo también cuando Hijos Por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.) cumple 30 años como agrupación de resistencia al negacionismo y la impunidad, donde miles de huérfanxs como nosotros construimos memoria, identidad y conciencia afectiva.
Esta semana se cumple un mes del día en que máquinas, trabajadores y cargos jerárquicos de Vialidad Nacional llevaron a cabo la demolición del monumento a Osvaldo Bayer en Río Gallegos. En respuesta se multiplicaron las publicaciones con fotografías del homenaje. La obra escultórica de Miguel Jerónimo Villalba tenía dos frases. De un lado daba la bienvenida a “La Patagonia Rebelde”. Del otro lado, menos replicado en las publicaciones, una cita de Osvaldo: “Hay que esclarecer nuestro pasado para que nunca se repita”.