Ya no hay tiempo. Ni de más, ni para ir, ni para venir. El mundo y la información se mueven a la desquiciada velocidad de las redes sociales. La verdad es la posverdad. Las noticias son hechos, que existieron o que nunca existirán.
Tan somera como velozmente, los diarios tradicionales se disuelven en línea. Es probable que no sea la hora de apostar a las palabras, a la escritura, a la lectura. Definitivamente, no es hora de crónicas, de análisis ni de opiniones. La atención es un destello de otros tiempos.
Sin embargo, urge resistir. Y casi de inmediato irrumpen la necesidad de entender cómo llegamos hasta acá y la certeza del movimiento como instrumento. Será, entonces, momento de inventar nuevas formas, de invitar, de abrir, de desentrañar y de refundar contratos, para ir en busca del camino que empieza apenas detrás del viento que golpea de frente.
Tan somera como velozmente, los diarios tradicionales se disuelven en línea. Es probable que no sea la hora de apostar a las palabras, a la escritura, a la lectura. Definitivamente, no es hora de crónicas, de análisis ni de opiniones. La atención es un destello de otros tiempos.
Sin embargo, urge resistir. Y casi de inmediato irrumpen la necesidad de entender cómo llegamos hasta acá y la certeza del movimiento como instrumento. Será, entonces, momento de inventar nuevas formas, de invitar, de abrir, de desentrañar y de refundar contratos, para ir en busca del camino que empieza apenas detrás del viento que golpea de frente.