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INTERÉS GENERAL SOCIEDAD

Podaron el PRODA con motosierra

“Es mi cable a tierra”, la frase que se repite entre los y las huerteras comunitarias de Neuquén. Juliana Valls prepara el mate y se dirige a la huerta NehuenQuén. Lo hace todos los sábados desde hace 10 años. Es paisajista y siempre le gustaron las plantas, pero lo que la motivó a participar fue el deseo de compartir su pasión con otros. “Fue conectarme desde un lugar distinto a lo que es mi trabajo”, comentó. Es que las huertas impulsadas por el Programa de Desarrollo Agroalimentario (PRODA) apuntan a crear lazos entre la comunidad y la tierra.

Pero, ¿qué es el PRODA? “Es un programa provincial sostenido a lo largo de las distintas gestiones de gobierno, iniciado en el año 2002 a partir de una experiencia en el puesto de capacitación de El Chañar. Con responsabilidad individual, se asignan parcelas de espacio para generar huertas de autoconsumo”, explicó el director del área, Aldo González. “A partir de esa experiencia se visualizó y se propuso la creación del programa a nivel provincial, sostenido por la Secretaría Producción, en ese momento, y bueno, así empezamos a andar. Ya tenemos más de 22 años transcurridos”, agregó.

El programa tiene varias líneas de acción, entre ellas promover la producción de alimentos de autoconsumo y pequeños emprendimientos familiares. El ingeniero agrónomo señaló que se diferencia del programa Pro-Huerta, del El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), por la forma de articulación con la comunidad, ya que lo que propone es, básicamente, un acompañamiento técnico de manera grupal en lo que se llama huerta protegida. “Este dispositivo es un espacio de terreno cedido en comodato por una escuela, un club, una iglesia o una zona fiscal donde, con el tiempo, se acompaña a vecinos que quieran hacer huertas y tener responsabilidad individual. Es atendido por un vecino o un grupo de vecinos y todo lo que producen y cosechan se lo llevan a su casa sin tener la posesión de la tierra, por supuesto”, explicó.

La iniciativa surgió como una herramienta para promover la alimentación agroecológica, tras la crisis social y económica del 2001. “El programa ha ido mutando. En algún momento hemos tenido apoyo financiero, por ejemplo, de fondos internacionales, donde pudimos armar ocho salas de conservas. En otro momento se hizo una experiencia sostenida en el tiempo con la entrega de pollos parrilleros para su producción en escala y también hubo gallinas ponedoras para la producción de huevos. Se han hecho diversos tipos de capacitaciones, incluso revalorizando producciones locales, como por ejemplo el chivo de refugo y el aprovechamiento de la carne en la sala de conserva, donde se elaboraron escabeches”, afirmó.

Los recortes de fondos impulsados por el presidente Javier Milei se trasladan a los programas provinciales y el PRODA no está exento. “La Provincia también se ha tenido que adaptar y amoldar a esta nueva gestión del Gobierno nacional, con lo cual inicialmente sufrió un recorte muy severo”, afirmó González, aunque destacó que, “gracias a que existe una producción altamente rentable como la hidrocarburífera, la Provincia ha podido, de alguna manera, sortearlo”.

Sin embargo, reconoció que la falta de recursos se hizo sentir en la reducción de la planta de trabajadores: “En este momento estamos con un rebalanceo, digamos, de ese personal para poder satisfacer las distintas líneas de acción del programa”.

“La realidad es que en este momento nos encontramos solos porque el programa del INTA Pro-Huerta, si bien sigue existiendo, no está financiado, con lo cual los técnicos han quedado sin la asistencia del recurso semilla, por ejemplo, que era un complemento de este programa”, añadió.

Las huertas protegidas, un espacio para tejer vínculos

En la zona de la Confluencia hay 26 espacios productivos, llamados “huerta protegida”. “Los vecinos participan en estos lugares con acompañamiento técnico en distintas capacitaciones que se van brindando y que son abiertas a la comunidad, con lo cual otros que no participan de estos espacios pueden ir en los días y horarios que se difunden y, de esa manera, capacitarse y ensayar en sus casas la experiencia de huerta”, señaló el ingeniero agrónomo.

Ana María Quiroga participa hace 10 años de la huerta protegida del barrio Mariano Moreno. “Empecé cuando me jubilé. También tomé algunos cursos de emprendedora con ellos, para hacer mi emprendimiento de aromática que tengo ahora. Muy lindo el proyecto”, comentó. Tenía un mercado en el que trabajaba sábados, domingos, feriados y, cuando se retiró, decidió buscar un espacio que le permitiera vincularse con otros. “Estaba muy encerrada, así que la huerta me vino como anillo al dedo”, acotó.

Además, quería reconectarse con sus orígenes. “Toda mi familia siempre tuvo huerta, así que ya tenía conocimiento y mucho interés, porque a mí me encanta lo de la huerta, me encanta todo”, recalcó. Contó con orgullo que es una “guardiana de las semillas”. “Estoy siempre juntando semillas, yo le digo semillas caseras. Donde hay una planta que tenga semilla, voy con una tijera, una bolsita, la saco, la guardo y le pongo de qué es, de cuándo es y todo eso. Son las semillas que siempre estoy usando para hacer los plantines”, relató.

Explicó que en este momento están cultivando todo lo que es la temporada de otoño – invierno: “Tenemos acelga, lechuga, pak choi, hakusai (o col china), mostaza, apio y ahora tenemos que cambiar a primavera verano con tomate, morrón, berenjena, albahaca”.

Aparte de lo que produce para autoconsumo, tiene un emprendimiento de aromáticas que inició gracias a las capacitaciones de PRODA. “Nos enseñaron cómo tenemos que vender, cómo tenemos que poner los precios para que sean más o menos accesibles, por cómo está todo. Es un mercado no para hacer dinero, sino más bien para la economía familiar”, enfatizó.

Ana María, “Lili, la huertera del Heller”, como pidió ser nombrada en esta nota, destacó el rol de la huerta en la economía familiar. “Como mis verduras todo el año y tengo mi emprendimiento con el que gano algo de plata”, resaltó.

Lili tiene 60 años y comenzó su experiencia en la huerta protegida del barrio Terrazas Neuquén, hace siete años. A mediados de 2019, bajo la gestión del intendente Horacio “Pechi” Quiroga, ordenaron cerrar el espacio para construir una calle. “Decidió pasar la máquina topadora y, así, la huerta se desactivó. Fue horrible”, relató. Si bien retomaron el proyecto muy cerca de donde estaba el predio original, aseguró que la Comisión Vecinal “nunca se puso las pilas” y los echó en plena pandemia. Finalmente, tuvo que buscar otra opción y le sugirieron la huerta terapéutica del hospital Heller.

“Por eso yo amo tanto a PRODA. Andrea (una de las técnicas) nos consiguió, a través del Ministerio de Producción, un permiso de circulación y, con mi hijo, junté y saqué todo lo que pude de la huerta. Yo tenía mucha plantación, saqué la tierra que era buena, plantas, muchas cosas”, narró y agregó: “No iba casi nadie, estaba como abandonada. Así que bueno, yo todos los días me iba a trabajar. Era mi escape en plena pandemia. A mí me hizo re bien”.

Lili saca provecho de todo el conocimiento que brindan en las capacitaciones de PRODA. “La ingeniera me enseñó a hacer aceites con lo que tenemos en la huerta. Tenemos romero, lavanda, caléndula. Entonces estoy macerando, que es cuando dejás las hierbas en aceite o en alcohol por un tiempo”, explicó. Utiliza sus propias producciones, para tratar los golpes que le ocasiona la práctica de “newcom”, voley para adultos mayores.

Pese a que recordó el desalojo como una experiencia “horrible”, hoy puede ver que la huerta del Heller tenía mucho más por enseñarle. Al ser un espacio terapéutico, comparten con personas que están bajo tratamiento por salud mental. “Se habla mal de la gente que tiene esquizofrenia, pero son gente muy buena cuando están bien tratadas, como en el Heller. Podés convivir perfectamente. Yo he entablado buenas relaciones”, resaltó.

José Horacio Sepúlveda se involucró con la huerta protegida “Padre Fito” hace casi 20 años, luego de jubilarse como docente. A fines del año pasado, les pidieron el predio y tuvieron que buscar otro lugar para continuar con el proyecto. No fue fácil porque las características de los terrenos que ofrecían no permitían el desarrollo de la actividad. Hasta que una compañera observó un sector disponible en la Ciudad Deportiva.

Así nació la huerta Neudedis. También tenía sus inconvenientes, por los eucaliptos, pero eso no los detuvo. “Teníamos experiencia con álamos blancos, que nos impedían sembrar en el suelo por las raíces. Por eso, implementamos un sistema de siembra con macetones”, contó.

Una parte mayoritaria del grupo original se trasladó a este sector y comenzó con las tareas de limpieza. “Estamos arrancando. Hay mucho para hacer, pero lo pusimos la cara. Todos colaboramos. Ya hicimos el sistema de riego por goteo. Perforamos un pozo de seis metros”, enumeró.

Si bien Horacio comenzó su experiencia en la huerta en “Padre Fito”, a sus 70 años lo motiva comenzar de nuevo en Neudedis. “Lo bueno de esta nueva huerta es que podemos incluir a los chicos, a los estudiantes, a los padres. Nos estamos integrando”, remarcó e invitó a los jóvenes a participar.

“No quiero que quede como que es una actividad de jubilados”, coincidió Ana María. Lili también señaló que la riqueza del encuentro en la huerta está en la diversidad, tanto de edad como de género.

Los huerteros revalorizan la labor de PRODA

Ana María aseguró que, para ella, “la huerta lo es todo”. “A esta altura de mi vida, porque tengo 70 años, lo resumo como que me dio vida. Volví a vivir haciendo huertas”, remarcó. Sostuvo que la huerta promueve los vínculos entre compañeros y con la comunidad. Pero también la responsabilidad, ya que tienen un reglamento interno y tareas asignadas que deben realizar.

“Seguimos el lineamiento PRODA, no es una huerta así nomás. Además, estamos integrados con otras huertas y realizamos ferias conjuntas. Lo social es muy importante. Difundimos lo que aprendemos para que la gente que así lo quiera tenga una huerta en su casa”, indicó Horacio, quien también cultiva en su patio.

Es que saben de los beneficios que trae producir de manera orgánica, sin agroquímicos, y consumir lo que ellos mismos sembraron y vieron crecer. “Se siente distinto. Es otro sabor. Yo, por ejemplo, soy fan de la lechuga, entonces cultivo unas ocho variedades, variedades que no encontrás en la verdulería”, enfatizó Juliana Valls, quien agregó: “Todo el año cosechás. Ganás mucho, hay que intentar producir nuestros alimentos”.

Los y las huerteras destacaron el compromiso de los ingenieros y técnicos del PRODA, y lamentaron los recortes en el personal, faltante que aseguran se nota. “Es un programa que realmente funciona, nos ha ayudado un montón. Ojalá el Gobierno no le siga sacando fondos. Sin ingenieros, no puede funcionar. Por más que le pongas voluntad, el que te guía es el ingeniero. Y sé que les pagan dos mangos, pero van igual”, resaltó Lili.

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