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“Mujeres de la noche” y un libro para “restituirles su humanidad”

Melisa Cabrapan Duarte es Doctora en Antropología social y desde hace al menos una década estudia las relaciones entre el extractivismo petrolero y el comercio sexual. Parte de su investigación ha sido condensada en el libro Mujeres de la noche y trabajadores petroleros: tránsitos entre economía, sexualidad y afectos, editado de manera digital en 2022 por Topos Editorial, del Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (IPEHCS) del Conicet y, recientemente, publicado en papel.

Desde una perspectiva etnográfica, antes de hablar de “prostitución”, Melisa recupera las “economías sexoafectivas” y describe los “tránsitos entre economía, sexualidad y afectos” en un contexto particular: el mundo de los trabajadores petroleros en Plaza Huincul y Rincón de los Sauces. 

En diálogo con Intempestiva, la autora aseguró que uno de los objetivos del libro es poder “restituirles su humanidad y su carácter social” a estas mujeres que muchas veces son estigmatizadas al reducir su actividad a relaciones explícitamente comerciales.

El libro, disponible en Malapalabra Casa Librera, será presentado nuevamente en septiembre en la Feria Internacional del Libro de Neuquén.

–En el libro afirmás que “prostitución y petróleo tienen una relación directa”, sin embargo en el título hay un planteo que marca un posicionamiento, al hablar de “mujeres de la noche” y no de prostitutas. ¿A qué se debe esa decisión?

–En primer lugar, por una casi obligación etnográfica y antropológica de usar las categorías que aparecen de adscripción o de nombrarse de las propias personas. En este caso sucedió que estas mujeres se nombraban a sí mismas como mujeres de la noche, (y también lo hacían) otras mujeres cercanas que no eran de este entorno, o los mismos varones. Hablar de “trabajar en la noche” también se refiere mucho. Entonces fue como una manera de decir a ver cómo lo están experimentando. Tampoco aparece una noción tan clara y reivindicativa del trabajo sexual. No prostitutas, porque sólo aparece cuando es una situación cargada de estigmas o una manera peyorativa de nombrarlas. La (noción) de putas también aparece negativamente a pesar de que hay otras experiencias, otras organizaciones de trabajadoras sexuales, como AMMAR, que sí incluso reivindican el “putas feministas” en los últimos ocho años o un poquito menos. Entonces tiene que ver con partir de las maneras propias de nombrar pero también mostrando que esas categorías que tenemos muy en el sentido común no están y por algo no están. Porque también se está de algún modo resistiendo, disputando la idea de prostituta, la de mujer explotada, tratada, pero también está por fuera la idea de trabajadora sexual, entonces es una apuesta a ver cómo predominantemente se nombran a las mujeres que están en estos entornos de los mercados sexuales en estos contextos. Además, puede hacer ruido, puede enojar, de hecho ha enojado la publicación y el evento de la presentación del libro a las perspectivas abolicionistas, a esa postura que no deja margen a mostrar que así se nombran estas mujeres a sí mismas. Lo violento sería anular esa posiblidad, creo yo, como feminista, como antropóloga, como mujer o como persona, anularle al otro su manera de representarse.

–Claro, en el libro aparece el concepto de “economía sexoafectiva” y de  una “lógica de acompañamiento” por parte de las mujeres de los cabarets a hombres que están cansados de las jornadas de un trabajo muy hostil, que no necesariamente implica sexo a cambio de dinero. Esa mirada se contrapone, por ejemplo, a la de el burdel como primer lugar de cosificación de la mujer en una lógica propia de la actividad extractivista que plantea Rita Segato.

–Rita es una referenta para muchas, incluso para mí, (pero) me incomodan esas posturas… En un mundo igualitario, nadie debería ser objeto de nadie, ni su sexualidad ni nada. Pero, sin desmerecer la profunda capacidad intelectual increíble y su larga trayectoria feminista, Rita no ha hecho trabajo de campo en estos contextos, no tiene la cercanía con las mujeres de la noche. Todos esos discursos resuenan muchísimo y son importantes y algo de realidad tienen. Creo que si sólo nos quedamos en el varón que cosifica nos olvidamos que hay una lógica extractiva, petrolera, empresarial, estatal también modelando a ese varón y esas prácticas, sin restarle responsabilidad al varón. Pero creo que es importante ver justamente esos matices, esa diversidad que aparece cuando te acercás, cuando transitás esos espacios, cuando sostenés vínculos en el tiempo con estas mujeres, cuando ves las transformaciones que han hecho, ya sea la implementación de normativas anti trata en los lugares (cierre de los cabarets) que generó mayor clandestinización e incluso la transofrmación de esas economías sexoafectivas porque ese concepto tiene que ver mucho con la discusión teórica feminista de los estudios sobre el mercado sexual. Si no, parece que con mercado sexual sólo estamos hablando de relaciones explícitamente comerciales. Hay algo que se intercambia por dinero, ya sea un pase, como le llaman, un video, distintos servicios –palabra difícil, cargada de complejidad- pero lo que se intercambia a cambio de dinero siempre es explícitamente mercantil. Ahora, las economías sexoafectivas permiten desdibujar un poco ese intercambio material al incluir y al superar esta relación sexual o solo pensar en lo erótico; también incluyen el cuidado, la conversación. Estas mujeres también hacen trabajo de cuidado con estos hombres. Es decir, limpian, cuidan, cocinan, y se ha dado en los espacios de los petroleros, en las gamelas. Había algunas mujeres asignadas específicamente a tareas de limpieza pero también había otras que eran estas mujeres de la noche que también les lavaban la ropa a los petroleros. Y también hay otros casos de acompañamiento, de apoyo, de ayuda hasta con los hijos de estas mujeres, de llevarlos a la escuela, de dar apoyos económicos para afrontar esas necesidades familiares, y eso es lo que va ampliando un poco el panorama y les va restituyendo de algún modo este carácter social a estas mujeres. Hay un montón de otras emociones que se ponen en juego o valores, que no necesariamente pasan por lo económico, que están entremezclados y que van de algún modo haciendo la vida de ellas.

–Supongo que un desafío habrá sido no romantizar algunos vínculos que se asemejan al cuento de la mujer desamparada que se enamora del hombre que tiene una mejor posición y terminan formando una familia, es decir, cambiando de estatus, con un final feliz.  

–Por suerte, por mi crítica al amor romántico ya de por sí, siempre estuve atenta a eso. En el último capítulo del libro me meto de lleno con algunas historias que son de mujeres pero son de relaciones y de parejas, y en general la mayoría no perdura en el tiempo. O sea, fracasa en términos del amor romántico. Porque si bien se va evaluando la transformación de cliente a marido o de cliente a pareja o novio, a formalizar esa relación a los ojos de la sociedad y esa mujer que deja la noche se vuelve una señora respetada, también tiene sus crisis a lo largo del tiempo. O sea, ese hombre proveedor tiene sus límites porque la industria y el trabajo petrolero tienen sus límites. Tiene crisis, donde el desempleo afecta principalmente a los varones y eso afecta a esa representación de varón que se ocupa económicamente pero no se ocupa de la crianza. La violencia de género que aparece, la violencia económica, porque el varón es el que tiene el dinero cuando antes la mujer de la noche tenía su dinero propio, su autonomía económica. Entonces, las crisis son muchísimas y lejos de romantizar yo lo incorporé y lo pongo en tensión. No todo es tan dado o tan lineal. Por eso pensar más en tránsitos, en cuestiones que van y vienen y que no tienen un destino directo y que es crítico. Además, el estigma de la prostitución acompaña esas relaciones. Al final nunca superan que su esposa, que su pareja, que la madre de sus hijos fue una puta y que incluso eso puede perdurar en el tiempo, “me puede engañar”, eso la hace una mujer más liviana, más libre sexualmente. Todas esas cuestiones están sumamente marcadas y en el caso de estas mujeres, que además en su mayoría son migrantes caribeñas, centroamericanas, peruanas, en general reagrupan a sus hijos en el lugar de destino con la ayuda de estos varones. Pero eso también trae después toda una transformación porque de repente, de ser nada más una pareja, novios, es una familia donde ese varón quizás decide inicialmente hacerse cargo de esos hijos pero eso tiene también sus límites, su complejidad y sus problemáticas propias de llevar la vida familiar y de cuidado. Esos intercambios, finalmente, tienen también sus límites. Incluso muchas veces esas mujeres dicen “prefiero no tener este apoyo, todo lo que significa este varón como apoyo económico, moral, compañero, incluso amoroso en cierto sentido, o afectivo, y ser pobre y tener que salir a laburar de lo que sea pero tener una vida tranquila”. Muchas reflejan eso. En la balanza económicamente salen perdiendo pero muchas demuestran que su paz y su autonomía muchas veces es la que guía y la que manda.

-Me pareció muy interesante lo que contás de “La casita de chapa”, este cabaret que la empresa estatal de YPF mantuvo entre la década de 1920 y avanzada la década del 50 en Plaza Huincul, donde, según cuenta un ex trabajador, llevaban chicas lindas por un plazo determinado pero algunas se quedaban, se enamoraban. Por un lado, da cuenta de un Estado reglamentarista y por otra parte refuerza un sentido común que indica que el varón necesita satisfacer necesidades propias de hombres solos y aislados. ¿Cómo han evolucionado esos conceptos?

–Ya de por sí “La casita de chapa” se instala previo al período abolicionista a nivel normativo en Argentina. Inicia en tiempos reglamentaristas donde podían estar los cabarets, lejos de las iglesias y lejos de las escuelas. Pero luego vira, se transforma ese marco legal y ese cabaret continuó muchísimos años más. Toda la gestión empresarial de YPF va avalando, sosteniendo y promoviendo la existencia de este lugar. Los registros cuentan que incluso tienen mucho diálogo estas instalaciones con los cabarets que se habilitan en zonas de campamentos militares, por ejemplo, donde una de las justificaciones es que los varones tengan vínculos… en realidad, lo explicitan más en que los varones no tengan prácticas homosexuales. No lo dicen en esos términos. Hablan de sodomitas y todos estos conceptos muy religiosos para evitar que los varones se relacionen sexualmente con varones. Los cabarets vienen a cubrir ese peligro, ese riesgo de la homosexualidad y eso también hace a la construcción del varón petrolero, esa construcción varonil y de masculinidad. Aparece eso en el discurso escrito. Y también hay secretos a voces de cómo esas mujeres, que son contratadas por YPF –porque hay legajos que así lo muestran- por un periodo determinado, después permanecen en el lugar. O sea, se quedan porque se involucran o porque eligen el lugar como destino. Hay que ver qué pasaba detrás de esa cabeza de la gerencia de YPF en ese entonces de, por un lado, promover que los hombres tuvieran prácticas civilizadas, armónicas, de familia, moralmente aceptadas. Pero, por otro lado, los vinculaban con mujeres de la noche con las que se terminan involucrando, porque lo que cuentan es que muchas de estas mujeres hoy son las abuelas o las bisabuelas del pueblo y de alguna manera ese pasado ha quedado silenciado, tapado por el estigma de ese origen. 

El caso de Rincón de los Sauces, si bien continúa el contexto abolicionista como hoy en día, esos cabarets que se van instalando también tienen los apoyos de las empresas, de algún gerente, de algún jefe de equipo, pero son apoyos mucho más informales. Se pierde esto de la normativa o de la política institucional pero sí una presencia enorme de estos espacios de encuentro o incluso de espacios que de día funcionan como comedores de los petroleros y de noche son cabarets. Eso también promovido, apoyado, solventado por las empresas o por los trabajadores.

–Te escuchaba hablar del estigma sobre las abuelas del pueblo y recuerdo un párrafo del libro donde escribís que  “desde los marcos tanto normativos como simbólicos que imprime el combate a la trata de personas, las posibilidades de resistencia al estigma (…) no solo se anulan, sino que se refuerza y reactualiza la estigmatización que no puede aceptar bajo ningún punto de vista que un pueblo haya sido fundado por putas”. Es un enfoque que devuelve el poder de agencia a estas mujeres y no las describe sumidas en una relación coercitiva. ¿Buscas con esto contribuir a borrar el estigma que aún hoy recae sobre ellas?

–Sí, totalmente. Ese es uno de los motores que creo incluso ahora, después de varios años de haber terminado (la investigación) y ahora haber publicado el libro, me hace volver a qué es lo que ellas significan. Porque siempre la mujer que es juzgada desde ese lugar funciona como una manera de disciplinar a las otras, de disciplinarnos a todas las mujeres y ellas, por distintas razones, han asumido, en distinto grado, esa representación, esa adscripción. Y hay mucho más para contar que su participación en el comercio sexual en sí. De cómo han salido adelante, de cómo también significan sus prácticas. A veces lo hacen con mucha autonomía, reivindican esa capacidad de decidir, pero en muchos otros casos, no. La complejidad, la desigualdad, la segregación de otros espacios laborales; en el caso de las mujeres negras tienen prácticamente vedados otros espacios u otros puestos laborales en esta zona. Entonces también es recuperar esa tensión, esos matices de cuáles son sus accesos al final y cómo han salido adelante. No es romantizar y decir que estos pueblos están hechos por putas, por mujeres de la noche, porque también hay mujeres que para nada han estado en esos lugares y que incluso han sido complicadas sus vidas a partir de esas configuraciones de género, como también lo cuenta el libro. Mujeres que dicen “era una adolescente y no podía ni salir porque me acosaban estos tipos”. El otro día fue lindo cuando (N. de la R: en la presentación de libro en Malapalabra)  Hernán Scandizzo hizo su  intervención y decía “me pregunto cómo estas mujeres habrán participado en la pueblada de Cutral Co. ¿Habrán estado las hijas, las hermanas, en estos procesos tan importantes en la Región?”. Esto de restituirles su humanidad y su carácter social, de ciudadanía y que tienen muchas historias para contar y esa es también la apuesta del libro.

–Por último, quería consultarte si te estás aproximando a lo que pasa en Añelo, que es la experiencia más reciente de enclave petrolero.

–El caso en la comarca petrolera neuquina, por ahora, lo detuve. Sí aparece la necesidad, a partir de la interacción que generó el libro, de poder seguir recuperando estas historias, estas voces, sobre todo de mujeres trans y travestis, que forman parte de estos entornos de los mercados sexuales pero que, por ejemplo, en el libro no aparecen para nada porque, justamente, las reglas del juego y las reglas del género son super heteronormativas y heterosexuales. Entonces ahí aparece una punta para retomar. Estas prácticas no aparecieron pero no quiere decir que no existan porque ellas han respondido históricamente a esa demanda de los trabajadores petroleros o a esa aspiración de enganchar a un petrolero o de involucrarse, incluso, como contaban el otro día en la presentación, con estos varones. En la zona de Añelo es otro contexto, es otro boom, es muchísima más clandestinización, son otras las técnicas o la promoción de este mercado sexual, mucho por redes, por whatsapp, funciona en otros entornos así que por ahora lo he dejado pendiente pero sí me interesa mucho ver cómo aparece el vínculo entre extractivismo, la participación de mujeres indígenas en estos contextos de mercado sexual barra trata, fines de explotación sexual y tráfico, que no se ha dado mucho acá pero sí en otros países como Ecuador, en Perú, y esos son temas que vengo mirando.

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