A un año de gobierno de Milei, las consecuencias para la clase trabajadora son deplorables. Desde la pérdida de poder adquisitivo, hasta los despidos, este proyecto ultraliberal fascista se propone desmantelar las conquistas obreras y propiciar mejores condiciones de explotación en nuestro país, pero fundamentalmente como ejemplo para otros lugares del mundo.
El proyecto laboral de Milei fue dicho por él varias veces, haciendo referencia a “volver al país del centenario” y ponderando particularmente a la “generación del 80”. En 1904, se publica el informe Bialet Massé sobre las condiciones de la clase trabajadora, en donde quedan demostradas jornadas de 12 horas o más para todas las personas sin distinción de género o etnia, trabajo infantil, salarios bajísimos, sin seguridad social alguna, con una pobreza extrema y un fortísimo rol represivo del Estado (ley de residencia y represiones a movilizaciones y organizaciones de trabajadores).
Desde el 1º de mayo de 1890, que se realizó la primera celebración del Día Internacional de los Trabajadores, en adelante, la clase obrera no dejó de luchar por su emancipación y en ese camino por garantizar mejores condiciones de trabajo y de vida. Estas conquistas expresadas en regulaciones, normativas y convenios colectivos de trabajo, pero también en la capacidad de disputa de las organizaciones obreras (sindicales, partidarias, mutuales, etc.), hoy quieren ser echadas por tierra por el gobierno de Milei.
El antiquísimo deseo burgués de eliminar la lucha de clases y con ella, los derechos laborales, encuentra en el proyecto libertario un aliado indispensable.
Milei y Villarruel ganaron las elecciones en el seno de una profunda crisis del capitalismo, de carácter múltiple, donde todos los aspectos que constituían hegemónicamente a nuestra sociedad se pusieron en debate. La virulencia y el odio con el que establecen sus discursos, pretenden llenar un vacío de horizonte societal, en un contexto de profundo deterioro de las condiciones de vida de las mayorías, particularmente a partir de la pandemia. Este enfoque violento y de odio al semejante, lleva la competencia liberal a su punto máximo, para canalizar el rencor y las expectativas no cumplidas como en desprecio a lx compañerx, al par.
Esto forma parte de una estrategia de disciplinamiento indispensable para avanzar en la destrucción de derechos laborales. Pero no es la única. Al mismo tiempo hay una tarea de desprestigio y destrucción sostenida sobre los sindicatos, que no es nueva, pero que recrudeció, tanto en el decreto 70/23, en la Ley Bases, como en acciones específicas sobre sindicatos específicos. Sólo por poner dos ejemplos, al sindicato docente de La Rioja le quitaron los aportes de afiliadxs, y al sindicato docente de Río Negro, le quitaron las licencias gremiales.
Asimismo, la reducción salarial es tan abrumadora que la extensión de la jornada laboral se da de hecho: la enorme mayoría de lxs asalariadxs tenemos pluriempleo, por lo que trabajamos más horas, con ritmos de producción acelerados. Esta condición de varios empleos, además, se dan con múltiples formas contractuales, particularmente sin registro. De este modo, por el propio peso del mercado laboral configurado por las empresas, las condiciones de regulación del trabajo disminuyen sistemáticamente.
Por otra parte, la incorporación de tecnologías digitales en determinados sectores, así como del teletrabajo, les representa a las empresas el desafío de acumular mayor ganancia con el aumento de la productividad. Sin embargo, algunas regulaciones y el poder sindical y obrero todavía dificultan las que esta crisis se convierta en un nuevo ciclo de negocios prósperos para las clases dominantes, por lo cual allí reside uno de sus objetivos centrales.
En este sentido, tanto la inflación, como los despidos son fuentes casi inagotables de disciplinamiento social, para los cuales asumir respuestas colectivas es verdaderamente complejo. Los problemas sociales se tornan individuales y el carácter colectivo de los procesos de trabajo se desvanece.
Respecto de la inflación, como plantea García Linera, “…dos o tres dígitos es un desquiciador social. Volatiliza cualquier lealtad social previa. Ante ella, la memoria de las luchas y las comunidades de afecto y acción previamente constituidas se disuelven espantadas frente al colapso de todas las referencias de orden de la realidad que provoca la incontenible escalada diaria de los precios”.
Los despidos, por su parte, producen un efecto casi inmediato de “sálvese quien pueda”, con estrategias de individuación notorias, en donde se apela a todo tipo de fantasías sobre agachar la cabeza como modo de evitar pasar por esa experiencia.
Para ambas fuentes de disciplinamiento, los pueblos han experimentado múltiples estrategias de resistencia: la organización comunitaria de la comida diaria, el trueque colectivo, la lucha por aumento salarial y todos los modos de protesta en contra de los despidos, incluyendo la toma y recuperación de fábricas.
Sin embargo, las organizaciones populares en Argentina estamos atravesando un momento de enorme confusión y falta de iniciativa. El estupor y el profundo dolor colectivo produce pensamiento mágico: la esperanza de que otro nos sacará de este entuerto. El cansancio subjetivo común se encuentra con un gobierno que no da tregua y que tiene como objetivo constituirse en la experiencia del fascismo del siglo XXI, a como dé lugar. Empiezan lentamente a ponerse sobre la mesa los debates respecto de qué hacer, pero la ultraderecha parece tener una posición leninista mucho más clara, que el movimiento popular, que da vueltas sobre sus propias limitaciones de construir una salida emancipadora.
El tiempo hoy es una variable que está del lado del poder. La estabilización de su proyecto fascista (hoy materializado con la disminución de la inflación y la estabilidad financiera) es un riesgo gigantesco para los pueblos del mundo. Sin embargo, también se cierra un año de luchas memorables del pueblo argentino: dos paros de las Centrales Obreras, dos movilizaciones universitarias con más de un millón de personas, la dignidad incólume de lxs jubiladxs; solo por mencionar los más relevantes y trascendentes.
Hemos dado batalla un año entero, con la fuerza real que tenemos y con la esperanza de tener mucho más en un futuro inmediato. Se trata de sostener la lucha con la convicción de que es posible derrotar a este gobierno, que es posible hacerlo pronto, que la propia inestabilidad de la crisis corre tanto para nosotrxs, como para ellos. No es yendo más lento, sinuosamente o con menos fortaleza que vamos a ganar. Por el contrario, ejercitando la dignidad de la lucha, de la confrontación y de la vocación de victoria, construiremos el horizonte emancipador que hoy tanta falta nos hace.
- Nuria Giniger- Antropóloga. Investigadora del CEIL-CONICET. Vocal del Consejo Directivo de ATE Capital.