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ESTAMPAS DEL SUR DEL MUNDO

Mejor cien volando

Dijo el actor Robin Williams: “Solía pensar que la peor cosa en la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con alguien que te hace sentir solo”.

Suena duro, áspero, pero quién podría dudar que más de una vez esta realidad luce de lo más certera. Y entonces, la pregunta deriva en indagar la razón por la cual quien está acompañado, pero se siente más solo, sola, que un corcho flotando en el centro del océano, decide persistir en esa actitud masoquista. Y la palabra “miedo” surge allí como haciendo fuerza por ser la primera en traducir lo que en verdad pesa y pasa.

Ahora, si por una razón u otra, se produjo la disolución efectiva del vínculo de pareja, cada una de las partes inicia a partir de allí un camino nuevo, una suerte de renacer con lo que eso implica de alumbramiento. Pero, como ocurre con los partos, se trata de luz que duele y, según dicen quienes saben, sigue a transcurrir por lo menos un año de sufriente duelo.

En las instancias previas a la decisión de tomar nuevos rumbos en la propia vida suelen aparecer los fantasmas de la indecisión y lo hacen de la mano de diversos lugares comunes, esos a los que se echa mano para que contribuyan a justificar el propio terror a la libertad. La renuncia medrosa a toda búsqueda de lo que se conoce como felicidad o al menos de cosa que se le parezca. Así es como la humanidad inventó muletillas más que dudosas a través del tiempo para anestesiar esta circunstancia.

“Mejor pájaro en mano que cien volando” o “mejor malo conocido que bueno por conocer”, entre otra multitud de disparates, enunciados como axiomas o sentencias inmarcesibles, conforman apenas sólo una parte de los lamentables sellos con los que la molicie de la costumbre nos impregnó de grasa el alma de generación en generación. Es cuando sospechamos en que si semejantes lastres hubieran vencido a quienes hicieron mundos y vidas nuevas cuánto peor sería el espacio de la tierra que habitamos.

Por quienes creyeron que tal vez los “cien volando” valían la pena del riesgo y que el “bueno por conocer” ameritaba el salto al desafío, es seguramente que todavía pervive la ilusión de que la vida vale la pena.

Estar solo o sola no es fácil cuando se respetó el mandato interno, porque, como dice el poeta cubano Silvio Rodríguez, “la angustia es el precio de ser uno mismo”. Lo otro es la derrota, los cánones de la farsa y la hipocresía reinantes, la careta de “lo que debe ser”, aquella penosa cantinela de “mejor malo conocido que…”.

Para quienes, en cambio, se aventuraron en el camino de lo incierto, ese de los “cien volando”, asoman los desafíos. Y una puerta y otra, un obstáculo y un río que cruzar, pero también un puente a ser descubierto o un vado que permita trasponerlo; una montaña, pero también un sendero una picada que espera ser descubierta, una inquietante, pero a la vez fascinante selva en la que internarse.

Finalmente, más allá del bajón ocasionado por la ausencia de compañía quizá haya alguien que, sin ser Dios, jamás nos deja en soledad. Lo definió con transparencia el hondo artista, habitualmente solitario, que fue Leonardo Favio, cuando a la pregunta de si siempre se encontraba solo contestaría lo siguiente:

“Solo no, boludo. Estoy conmigo”.

  • Alejandro Flynn – uno que escribe

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