Se dice que, para la elaboración de su tesis doctoral, la que denominó con el título de “La Simulación en la lucha por la vida”, el médico psiquiatra José Ingenieros (también filósofo, sociólogo, historiador, escritor y docente) se habría inspirado en las evoluciones de la araña que en un rincón del cielo raso de su dormitorio observaba desde su cama.
El paciente trabajo de elaboración de la tela, con la que crear la red en la que atrapar a sus presas, sumió al hombre en comparaciones que derivaron al género humano y que le permitieron dar pie a la obra mencionada. Por ejemplo, desde su propia área de estudio específica, entonces la psiquiatría, observó, entre toda una gama de múltiples conductas diversas, las variantes a las que echaban mano las personas, tanto para eludir determinadas tareas laborales como para -en casos más agudos- evadir responsabilidades ante crímenes cometidos.
Así, el mimetismo acusado por ciertos animales para disimular su existencia (cambiando de color, por ejemplo, y tomando el del soporte en que están situados) encuentra su correspondencia en otro animal, el racional humano que despliega mil artilugios para evitar mostrar al prójimo quién es en verdad.
Llegado cierto punto de la existencia pareciera que los ocultamientos, disfraces, máscaras, ardides, trampas y señuelos de toda índole, a los que acudimos las personas, hubiesen borrado hasta el último vestigio del auténtico ser esencial. En suma, lo falaz expuesto en un carnaval que luce eterno, llega a un estado de naturalización tan acendrado, que hasta al reflejo del mismo espejo le cuesta reconocer de quién se trata la persona que tiene enfrente.
En los tiempos actuales prosiguen montándose, ahora con el agregado de la virtualidad, los mismos “trípodes del camelo” (como llamaba Cortázar, en su relato “Conducta en los velorios”, a las escenas tantas veces hipócritas y fingidas, en las que familiares que se detestan y sólo se encuentran en la ocasión, interpretan sus roles alrededor del muerto de turno) observándose con nitidez esta conducta también en el mundo de la comunicación informática (¿coincidencia con la araña de Ingenieros, esto de las “redes” quizá?), universo este que da largo paño para cortar al respecto.
Las fotos intervenidas, por ejemplo, irreales, donde la persona ejerce todo tipo de manipulación estética sobre sí misma, borra sus arrugas y tersa su piel pretendiendo, vanamente, despojarse del efecto del tiempo, son moneda corriente. También lo es, otro ejemplo, la curiosa eliminación del signo recibido en azul de un WhatsApp, para que la otra persona no suponga cierta ansiedad o interés del receptor o receptora, o bien directamente el dejar colgada la respuesta en una suerte de limbo sin contestación, entre otras muchas argucias aplicadas al arte de la ficción y la farsa que nos emparentan con la metamorfosis visual del camaleón. Y de paso, también con la del Pavo Real y su despliegue de plumaje cuando intenta concitar la atención de la hembra.
La penosa modalidad de retacear todo tipo de estímulo, admiración generosa o simplemente afecto por quien lo merece, o lo necesita, asoma como otra de las variables de las pequeñas miserias humanas, conformadas por el ejercicio del culto a la apariencia y del vivir simulando (porque, no vaya a ser cosa que tal persona sepa que la aprecio, que la valoro o que no está sola y que cuenta con mi compañía).
Hoy nos preguntamos quién es quién. Quién es uno, pero de verdad. Quién detrás del o la que parece ser ¿No hay final para este corso? ¿Nunca termina? ¿Cómo se hace para arrancar la propia máscara? ¿O ya se habituó tanto el rostro a su nuevo molde que no existe manera de desprenderla?
A este panorama parece que se refería Franz Kafka cuando escribió aquello de:
“Me avergoncé de mí mismo cuando me di cuenta de que la vida era una fiesta de disfraces y yo asistí con mi rostro real”.
- Alejandro Flynn – uno que escribe