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CULTURA OPINIÓN

La pragmática Pistarini

Para comenzar con una información irrelevante, voy a decir que esta semana pensaba escribir sobre otra cosa, pero una publicación de Juan Carlos Siber luego de haber protagonizado un incidente con Dylan León Masa, al coincidir ambos en un vuelo de Iberia que partía de Ezeiza hacia España, me hizo cambiar de tema.

Si te pasa como a mí que no tenía mucha idea sobre los protagonistas del cruce ampliamente replicado en las redes y los medios, te cuento que Dylan Masa es más conocido como Dillom, tiene 23 años, es cantante, compositor y productor musical, referente del Trap en Argentina y este año sacó “Por cesárea”, su segundo disco, nominado como mejor álbum de música alternativa para los premios Grammy Latinos que se entregarán en la ceremonia de este jueves 14 en Miami.

Juan Carlos Siber, usuario de la cuenta “@La_Pistarini” en la plataforma X, es también una persona muy joven, como Dillom. Según informa el diario La Nación, se trata de “un militante libertario que ganó una notoriedad que no tenía en X luego de un altercado virtual y presencial con el cantante y rapero de trap Dillom. Es un tuitero libertario que forma parte del ejército de los llamados “trolls”, que apoyan al gobierno de Javier Milei y escriben en contra de la oposición”.

Para resumirte lo que pasó, aunque sin duda algo debés haber escuchado a esta altura, estos dos pibes tomaron el mismo avión, el libertario vio subir al trapero y le sacó una foto que inmediatamente publicó en X lamentando “coincidir en un vuelo con el pelotudo de Dillom”. El músico vio el posteo en el que lo mencionaban y comenzó a preguntar a los demás pasajeros quien estaba publicando fotos suyas, pero la Pistarini guardó silencio. Ayudado por otros seguidores que le enviaron imágenes del tuitero, Dillom logró identificarlo, se levantó de su asiento y fue a pedirle explicaciones, grabando todo en el video que rápidamente se viralizó.

Esas imágenes fueron interpretadas mayoritariamente como un registro directo de la Pistarini incómodo con la situación y desistiendo de sostener el estilo confrontativo con el que se caracteriza en sus publicaciones. Un estereotipo, ampliamente difundido entre quienes se oponen a Milei, es que sus seguidores virtuales no son capaces de dar muestras de valentía si es necesario sostener en persona lo que escriben a través de sus teléfonos. Este incidente entre Dillom y la Pistarini fue celebrado como una confirmación de esa idea.

Hasta ahí, nada demasiado interesante. Pero al día siguiente de su desafortunada publicación, el tuitero ensayó una explicación de lo sucedido, tal vez para intentar revertir el impacto de la catarata de publicaciones que hacían mofa de la cobardía asociada a su figura. Y acá sí hubo algo que me hizo reflexionar. En su versión de los hechos, la Pistarini dice que “no se arrepiente de nada” porque “ejercí mi derecho a expresarme”. Con esto se refiere a tomar en público y difundir sin consentimiento la imagen de otra persona, calificándola además de pelotuda.

“Pragmática” es una palabra que goza de cierta difusión en el discurso político, utilizándose tanto positiva como negativamente. En su sentido favorable, señala la capacidad de una persona para adecuar su curso de acción cuando se modifican las condiciones bajo las cuales dicha acción comenzó a desarrollarse. En su sentido desfavorable indica la conducta de quienes cambian sus lealtades según la conveniencia personal del momento.

En filosofía, el pragmatismo fue un sistema de ideas desarrollado por figuras como el estadounidense Charles Peirce y el británico William James. Las ideas de Peirce influyeron en el análisis pragmático del lenguaje, que es lo que quiero ensayar sobre las justificaciones esgrimidas por Pistarini tras el episodio del avión. La pregunta que quiero abordar desde la pragmática es si referirse a alguien como “un pelotudo” es legitimable o no como una forma de expresión socialmente válida.

En su justificación, la Pistarini pretende extender el valor de la libertad de expresión para cubrir bajo ese paraguas un supuesto derecho al insulto anónimo. En cierto sentido insultar es expresarse, y deberíamos darle la razón… Pero esa línea argumental es peligrosa, porque entonces cualquier cosa que se diga puede reivindicarse como expresiva y reclamar la misma legitimidad que le cabe en principio a formas no agresivas de manifestarse. La pragmática puede iluminar esta deliberada manipulación de la libertad de expresión con la categorización de los diferentes actos ilocutivos.

La pragmática reconoce en principio los actos locutivos, que contemplarían todas las modulaciones deliberadas que una persona realiza con sentido comunicacional: no sólo pronunciar una frase, sino también las interjecciones tipo “ajá”, que se dicen para indicar que estamos escuchando con atención, y otras similares, serían actos locutivos. Todos los actos locutivos realizan una finalidad expresiva. Pero con cada acto locutivo realizamos también un actos ilocutivos y actos perlocutivos.

Si yo digo, como el rey Juan Carlos al presidente Hugo Chávez en 2007, “¿Por qué no te callas?”, es un acto locutivo. La expresión tiene forma de pregunta, pero en realidad al decirla no estoy preguntando nada sino pidiendo silencio. Y si se tratara de un rey dirigiéndose a personas subordinadas a su autoridad, como en aquella oportunidad creyó erróneamente Juan Carlos, la misma frase, a pesar de su forma interrogativa, podría tener el valor de una orden: callarse. Pedir u ordenar son actos ilocutivos, acciones que realizamos al pronunciarlas.

Lo interesante de los actos ilocutivos es que, como en el ejemplo que acabamos de ver, no dependen solo de lo que se dice, sino de quién lo dice y a quién o quiénes se lo dice y en qué situación lo dice. La misma frase (el mismo acto locutivo), en contextos diferentes, o pronunciada por diferentes personas, puede realizar diferentes actos ilocutivos. En las ciencias del lenguaje, la pragmática estudia las sutiles y complejas relaciones entre lo que se dice, quién, dónde, cómo y a quién se lo dice y los actos ilocutivos que en cada situación se realizan al decirlo.

Pedir, prometer, comprometerse, mentir, insultar, son todos actos ilocutivos que realizamos mediante acciones locutivas, pero resulta claro que no podemos evadir las consecuencias de nuestros actos ilocutivos diciendo simplemente que se trataba de poner en práctica nuestra libertad de expresión, como pretende la Pistarini. Las reglas de la pragmática no están escritas en ningún lado, son acuerdos implícitos de la comunidad de hablantes. En ellas descansa la funcionalidad social del lenguaje. Cuando hacemos un abuso insidioso de su flexibilidad, las deterioramos y la palabra pierde su valor. No creo que Juan Carlos Siber lo haga ingenuamente.
La seguimos la próxima.

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