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OPINIÓN

Horizonte de complejidad

“Un golpe de dados jamás abolirá el Azar.
Todo pensamiento lanza un golpe de dados.”
S. Mallarmé, 1897.

¿Cuánto hace que no agarrás una moneda? Quizás dentro de no mucho tiempo la expresión “tirar una moneda” ya no tenga sentido empírico para las personas más jóvenes. Tradicionalmente significa dejar una decisión librada al azar: la constatación concreta de nuestra ignorancia. A principios de la década del ´40, del siglo pasado, Masanobu Fukuoka, biólogo, agricultor y filósofo japonés, afirmó sabiamente que “no podemos comprender a la naturaleza”, en un sentido profundo que es mucho más que una paráfrasis de Sócrates.

En mi columna anterior, Lenguas imperfectas, escribí como al pasar que “hay algo en el lenguaje cuya perfecta comprensión está más allá de nuestro horizonte de complejidad”. Hoy quisiera desarrollar un poco esa idea y algunas consecuencias que de ella pueden derivarse. Conocí el término en la obra del matemático y divulgador estadounidense John Allen Paulos y a continuación voy a explicarlo en sus términos lo más resumidamente que soy capaz.

Sobre la idea de la complejidad hay una amplia bibliografía de interés muy dispar. Para sus fines expositivos, Paulos la ejemplifica con esta situación: hay una serie de diez dígitos que pueden ser 1 o 0 que una persona le debe transmitir a otra mediante instrucciones que le permitan reconstruirla sin haberla visto. Al final del experimento, la persona 2 deberá tener frente a sí la misma serie que la persona 1, y se pide conseguirlo con la menor cantidad de instrucciones.

Aquí aparece la complejidad como una característica de este tipo de series de 0 y 1. Supongamos una serie que sea -0,0,0,0,0,0,0,0,0,0-. Una forma de transmitirla podría ser: escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, a continuación escriba “0”, fin. Lo mismo podría lograrse con menos instrucciones: escriba “0”, repita 9 veces, fin. La complejidad de la serie se reduce al más breve
conjunto de instrucciones que permite obtenerla.

En este punto se hace evidente que la serie -1,1,1,1,1,1,1,1,1,1- presenta la misma complejidad que la anterior. Otro es el caso de series como a)-1,0,0,0,0,0,0,0,0,0-; b)-0,1,0,1,0,1,0,1,0,1-; c) -1,1,0,0,1,1,0,0, 1,1-, etcétera. La serie “a” podría simplificarse indicando: escriba “1”, escriba “0”, repita 8 veces, fin. La serie “b” podría ser: escriba 0, escriba 1, repita lo anterior 4 veces, fin.

¿Cómo simplificarías la serie “c”? Este es el momento en que necesitamos la moneda. Si hacemos diez tiradas y anotamos un “0” cada vez que sale cara y un “1” cada vez que sale ceca podemos obtener una serie “s” como esta:
s) -1,1,0,1,0,0,0,0,1,0-. Este tipo de series tienen la particularidad de que se necesitan más instrucciones para comunicarlas. Y existen incluso series que sólo se pueden transmitir listándolas ordenadamente como en el primer ejemplo. De la información que contienen esas series aleatorias se dice que es incompresible: no es posible reducirlas a instrucciones más simples y se deben enumerar para comunicarlas.

Dependiendo de nuestra memoria de retención, de la extensión y de la presencia o no de patrones, podemos ser capaces de recordar series de complejidad y longitud crecientes, pero indefectiblemente encontraremos una serie que no podemos retener y reconstruir mentalmente: esa serie esta más allá de nuestro horizonte de complejidad. De este simple hecho se desprenden consecuencias importantes, como advirtió oportunamente Fukuoka.

Evidentemente allá afuera hay eventos de complejidad mucho mayor que la que puede ofrecer una modesta serie de ceros y unos, la cual, sin embargo, más temprano que tarde desafía nuestra capacidad de lidiar con la complejidad. La pregunta es ¿cómo podemos lidiar con ese mar de incertidumbre que nos rodea y está más allá de nuestra capacidad de elaborarlo de manera que sea al mismo tiempo fiel a los eventos e inteligible para nuestra manera de razonar?

Históricamente las culturas ancestrales lo hicieron a través del sentido de lo sagrado, como también lo hizo la cultura helénica con los misterios de Eleusis y las religiones monoteístas con las diferentes versiones del misterio de la Fe. Pero cuando esas religiones mistéricas se institucionalizaron, como el cristianismo al convertirse en religión oficial del Imperio Romano, bajo el mandato de Constantino, la dimensión mistérica se transformó en Dogma. La posterior superación del dogmatismo, luego de las sucesivas revoluciones iluministas, afianzó la ilusión de que la razón lo podía todo y de esta forma, junto con el dogma, se perdió el sentido anterior de lo sagrado. Este movimiento está en el corazón del sentimiento de superioridad eurocentrista.

Aprovechando este curso de acontecimientos, el capitalismo capturó la ilusión racionalista elaborando el dogma del utilitarismo para fundar la religión de estado global del crecimiento y la productividad. Este sistema de ideas se sustenta hoy en un verdadero fundamentalismo de la tecnología, un virtual aprendiz de hechicero que finge tomar decisiones basadas en hechos cuando juega nuestro destino colectivo en el bailar impredecible de la moneda ambiental.

Creo que nuestro desafío es encontrar alternativas que nos desvíen de la inexorable trayectoria hacia el colapso que nos impone el mercantilismo del caos y que necesariamente para ello tenemos que poner en el centro de la toma de decisiones la consideración sincera de las limitaciones de nuestros horizontes de complejidad. La seguimos la próxima.

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