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INTERÉS GENERAL

Don Jaime de Nevares, palabra encarnada

El 19 de mayo se cumplen 30 años del fallecimiento de Don Jaime Francisco de Nevares, quien fuera el primer obispo de la Diócesis de Neuquén.

A cada uno y a todos nos toca vivir momentos históricos de esos que luego se guardan por siempre en el depósito de la memoria personal y también colectiva. Podemos vivirlos a conciencia, y hacernos protagonistas de estos, o sólo mirarlos pasar, como desde afuera. Lo primero es una responsabilidad, un compromiso y una manera concreta de enarbolar la vida. Lo segundo quizá sea indiferencia, pero sin duda es no reconocernos sujetos de una historia que debemos hacerla nuestra en tiempo presente.

Cuando se rememora, se agradece la historia de la que venimos. Siempre hace bien conocer los orígenes para comprender los procesos de los pueblos y, en este caso, entender, como dice Hernán Ingelmo en “Vida con sabor a Evangelio”, que “si hay algo distintivo de la palabra y el hacer de Don Jaime, no puede leerse sin el contexto en el que le tocó vivir”.

La Diócesis de Neuquén nació el 10 de abril del año 1961, mediante la decisión del Papa Juan XXIII, expresada en la Bula (documento papal) Centenarius Annus, y se le asignó como jurisdicción el territorio comprendido por la provincia de Neuquén. En este mismo documento, se expresa la voluntad de establecer como sede del obispo diocesano a la ciudad capital de la provincia. Asimismo, elevó a la dignidad de Catedral de la nueva diócesis al templo parroquial correspondiente a la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores.

Como primer obispo de la diócesis, el Papa Juan XXIII eligió al sacerdote salesiano Jaime Francisco de Nevares, de la Inspectora San Francisco Javier, con sede en Bahía Blanca, el día 12 de junio de 1961 y fue consagrado el 20 de agosto. Tomó posesión del gobierno de la diócesis el 30 de septiembre del mismo año. Fue padre obispo de estas tierras por espacio de 30 años, hasta que el 14 de mayo de 1991 el Papa Juan Pablo II le aceptó la renuncia en esta función. Falleció el 19 de mayo de 1995, y se encuentra sepultado en la iglesia Catedral.

A partir de esta síntesis, se puede transitar sobre los contextos y las realidades que emergen en la Iglesia Católica y en nuestro país durante esos años.

La Iglesia

Fue el mismo Juan XXIII quien en 1963 abrió las ventanas del Vaticano para que entrara aire fresco. En el prólogo del Cardenal Jorge Mario Bergoglio a la edición argentina de los documentos del Concilio Vaticano II se lee: “ser fiel no es hacer siempre lo mismo, sino mantener vivo lo esencial”.

Don Jaime fue padre conciliar y asistió a todas las sesiones del mismo, trayendo las primicias de ese aire fresco y renovado de los documentos conciliares a las tierras neuquinas y de la fraternidad vivida. Dijo que para él “fue un curso acelerado de obispo”.

En la carta que el Papa Francisco escribió para preparar el Jubileo del año 2025, afirma: “las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos”. El Papa prosigue: “Prepararse para el Jubileo del 2025 retomando en vuestras manos los textos fundamentales del Concilio Ecuménico Vaticano II es un compromiso que pido a todos asumir como un momento de crecimiento en la fe”.

Toda la riqueza del acontecimiento conciliar ha quedado expresada de manera sintética e insuperable por el Papa Francisco en estas sencillas palabras: “El Concilio Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio”.

Quizá esto permita entender y comprender las formas y estilos de este salesiano que se instaló en el corazón del territorio neuquino con la confianza de estar dando ese algo nuevo donde había que sembrar el Evangelio, que no es ni más ni menos que el amor a quienes más lo necesitan, a los menos amados. Esos descartados de las periferias materiales y existenciales, al decir de Francisco.

Pasaron décadas entre los decires de Don Jaime y estas maneras a las que nos acostumbró Francisco con sus argentinismos. Y, sin embargo, se encuentra en ambos una misma y única línea argumental: el decir y el hacer de Jesús, tal como lo vemos en los evangelios.

Su decir y su hacer

Hoy, a tantos años de la muerte de Don Jaime, resuenan sus palabras en las homilías que dejó como legado y en su último mensaje.

“Tata Dios nos pide coraje, que no nos achiquemos. Tenemos una doctrina que practicar y que predicar y que vivir. Y si cuando se presenta la oportunidad, cuando hay un riesgo en vivirla en toda su interioridad, y nosotros nos achicamos, entonces hemos perdido la oportunidad y Tata Dios se encuentra defraudado por nuestra falta de fidelidad. Sean santos como Dios espera que los seamos, en la vida cotidiana, nada extraordinario; pero sí lo extraordinario de vivir hasta en sus detalles la doctrina del amor”.

De sus prédicas, se extrae el conocimiento de un tiempo único para las vivencias de un pueblo único en un espacio único.

Los textos que escribía Don Jaime para sus homilías se hacen primordiales tanto por su manera de expresarlos, como por su relación de persona a persona con la gente de todo el territorio que recorrió incansablemente.

Decía que los cristianos que optan por la acción pública “ejercen una forma eminente de la caridad” y “los cristianos que se quedan en lo suyo, egoístas, se especializan en criticar, pero no mueven un dedo por el interés público, pecan de omisión”.

Foto: Gentileza APDH Neuquén
En la historia y hoy

La elección del Papa León XIV con su nombre incluido, vuelve a sumergir a la Iglesia Católica en los documentos conciliares. Dijo a los cardenales al día siguiente de su asunción: “Quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”.

Don Jaime de Nevares –que como a Francisco se lo ensalzó y desestimó según posturas ideológicas– fue atravesado por las realidades sociales y se hizo cargo de las vivencias duras de su tiempo, que aún es cercano y doloroso.

Esto permite recordar su palabra encarnada y sus preguntas que retumban como eco interminable en las realidades presentes.

“Y nos sentiremos interpelados, sacudidos de nuestra modorra y rutina, ojalá que algo avergonzados, impulsados y convencidos que debemos seguir junto a ellos, poner el hombro, para que “se nivelen las hondonadas” (los vacíos, las carencias), desaparezcan las injusticias, los atropellos al derecho y a los derechos, se cumpla la famosa “igualdad ante la ley” que proclama la Constitución Nacional como “una voz que clama en el desierto”.

“Pero, sucede una cosa: son los pobres los que más duramente cargan con el peso de la situación que vive nuestro país; la corrupción recae más duramente sobre los que justamente sufrían ya la injusticia.

Esto nos lleva a una reflexión: ¿no serán ellos, porque sufren en carne propia hasta el extremo, los más aptos protagonistas de la renovación y recreación de una sociedad nueva, justa, de paz porque hay justicia?

Pero, ¿están capacitados? ¿No seremos los cristianos –no de nombre, imbuidos del espíritu del Evangelio, los privilegiados por las oportunidades de capacitarnos en todos los órdenes– los que debemos ponernos, los primeros, al servicio de aquellos que no pueden valerse por sí mismos, acompañándolos en la tarea a fin de suplir sus incapacidades que la sociedad les ha infligido al marginarlos de la posibilidad de capacitarse?

¿No será esa la misión que Tata Dios encomienda a sus discípulos de hoy? ¿La hemos cumplido en el pasado? ¿La cumplimos ahora? ¿Estamos dispuestos a cumplirla en adelante? ¿No será ese el fruto de la conversión que Dios espera de sus hijos: una “conversión social”? O bien, ¿seguiremos cediendo el campo social, político, económico a quienes tienen otros principios, otros conceptos, otras miradas, otros proyectos, otros intereses?”.

*Julieta Casemajor, periodista.

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