El 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad del manual de clasificación de enfermedades mentales y estableció esta fecha como el “Día Internacional contra la Homofobia, la Bifobia y la Transfobia”.
No es preciso hablar de “fobia” para referirse a la violencia y discriminación contra el colectivo LGBTIQ+, porque implica un sentimiento irracional e individual. Una frase adecuada sería “crímenes de odio”, porque da cuenta de la naturaleza sistemática de las agresiones y discriminaciones que se hacen de manera deliberada contra este colectivo.
¿Por qué nos parece importante recordar esta fecha?
Aunque parezca una discusión superada, no lo es, para nada. El 10 de mayo pasado, la presidenta de Perú, Dina Boluarte, firmó un decreto en el que define como enfermedad mental la transexualidad y otras identidades de género. En esa línea, el gobierno actualizó el Plan Esencial de Aseguramiento en Salud de ese país y la lista de enfermedades e intervenciones asegurables.
Más cerca, el biógrafo del presidente, Nicolás Márquez, dijo días atrás, en un medio de comunicación de alto alcance, que la homosexualidad es una conducta autodestructiva, entre otras mentiras.
La masacre de Barracas, donde tres mujeres fueron asesinadas por un vecino por ser lesbianas, certifica que los discursos de odio promueven acciones violentas. Y si esas acciones son promovidas por los Estados, más que ideas retrógradas se parece más a un genocidio silencioso.