Asistimos a tiempos shockeantes, aciagos, arrogantes, necios, gritones, mentirosos, de posverdad, de trolls de redes, de crímenes de odio, de ataque a lo público, de criminalización a lo colectivo. Tiempos de avanzada de todo lo que está mal invisibilizando, y no tanto, los intereses espurios que guardan, tiempos de banalización de la palabra y la locura, tiempos distópicos, tiempos donde se vuelve imprescindible defender lo obvio.
Estas palabras podría haberlas escrito cualquier persona de a pie, porque no revisten un tratado de la epistemología de la política educativa ni guardan relación con una investigación en curso, sino que surgen y se alojan en lugares comunes, en veredas construidas por años de educación pública en nuestro país, que permiten decir que la universidad pública se ha ganado el reconocimiento y la validación de todes. Reconocimiento como casa de altos estudios y también como lugar posible de pensarse adentro, en tránsito, donde fue mi prima, donde se recibió la médica de mi hijo, el psicólogo de la salita, la abogada que ayudó al tío con unos papeles, la enfermera del barrio, el músico, la muralista, el trabajador social, la del clima, el de la reserva natural, la diseñadora, la y el profe de…
La universidad ha sido conquistada por la vereda de los más, de los que sin portar apellido o capital pueden pensarse estudiando saberes que les permitan un trabajo o vida distinta a la destinada por las coordenadas de las posibilidades socioeconómicas preexistentes; básicamente, por la suerte al nacer.
La universidad refleja la típica creencia de ascenso social que ha regido y permeado en nuestro país porque efectivamente la cumple, aunque el valor de la universidad no reside únicamente en los logros individuales de sus profesionales y sus reconocimientos en las comunidades científicas nacionales e internacionales. La universidad pública aporta y devuelve a la comunidad no sólo sus trabajos de extensión e investigación, transferencias, proyectos en los barrios, inventos, patentes, tecnología, conocimientos específicos sobre tanto y tanto y tantos otros aportes.
Lo que sucede en y con la universidad es que lejos del adoctrinamiento que, como explicó Martín Kohan en estos días, supone dos elementos: un docente que sólo habla pensando que sus estudiantes son escuchas pasivos/as y que nada tienen para aportar, pensar, decir o relacionar, y que puede entonces hacer monólogos unidireccionales, con una actitud cerrada, autoritaria y en un solo sentido; o bien pensar que el estudiante está hueco y que todo lo que se diga penetra sin que ahí suceda nada. Así no funciona la educación, así no son los procesos de enseñanza y de aprendizajes, así no es la construcción de conocimiento científico, así no se enseña en nuestras aulas. Para decirlo hay que manejar un nivel de ignorancia supina que demuestra que sólo pueden reproducirse estas ideas desde las usinas que llevan adelante esta batalla cultural a la que asistimos y que revisten una profunda ideología. Una ideología que está tras bambalinas, que se presenta a los gritos silenciando lo política que es y llevando adelante la receta, nuevamente, de los sectores más reaccionarios de las elites políticas de derecha y mercenarias de nuestro país. Les que andan por la vereda de los menos, pero que se creen más.
La universidad ha sido conquistada por la vereda de los más, de los que sin portar apellido o capital pueden pensarse estudiando saberes que les permitan un trabajo o vida distinta a la destinada por las coordenadas de las posibilidades socioeconómicas preexistentes; básicamente, por la suerte al nacer.
En nuestras universidades pasan otras cosas. La universidad es posibilidades, funciona desatando nudos, ampliando horizontes, trazando relaciones, desnaturalizando la realidad, transparentando las construcciones de conocimiento eurocentradas, binarias, patriarcales. Es el lugar que pone en pausa el afuera desigual para darnos la opción de aprender del mundo entre cuatro paredes con otres. Y en eso sí se tiene opinión, porque el docente no es un dispensador de ideas de otres; algo tiene para decir desde sus propias construcciones y recorridos. Pero eso no tiene nada que ver con adoctrinar, sino que es un ser pensante critico y reflexivo que quiere lo mismo para sus estudiantes. Educamos para que el mundo sea inteligible, sea entendido, y pueda pensarse como una realidad, no la única sino una que nos permita desarrollarnos como comunidad. Como decimos siempre, una en que quepan muchos mundos.
Educar es habilitar, acompañar, es dar lugar al que llega para escapar justamente a la educación como fabricación o adoctrinamiento. Educar se vincula con las ideas, como sostienen algunos pedagogos, de enseñar los aprendizajes que permitan que un ser se reposicione de los interrogantes fundacionales de la cultura para acceder a las respuestas elaboradas por sus predecesores y atreverse a dar las suyas. La educación ha de concebirse como el movimiento por el cual les docentes permiten a sus estudiantes con transparencia epistémica descubrir el mundo e intentar decidir su suerte habilitando símbolos, relaciones, nociones, conceptos, paradigmas, teorías, preguntas, miradas y horizontes.
Educamos para que el mundo sea inteligible, sea entendido, y pueda pensarse como una realidad, no la única sino una que nos permita desarrollarnos como comunidad. Como decimos siempre, una en que quepan muchos mundos.
En tiempos de los sin sentidos; en tiempos que salimos con un libro a la marcha para defender lo obvio; en tiempos donde más de dos millones de estudiantes pueblan nuestras aulas porque se imaginan en otra realidad; en tiempos de disputa de sentidos comunes, valores, palabras, ideas; en tiempos de batalla cultural puesta sobre la mesa es tiempo de volver a pensar los caminos que nos llevaron a que la vereda de los más no comparta lo que nos resultaba obvio. Necesitamos, inéditos viables. Paulo Freire sostiene que el inédito viable es una realidad, una cosa, un algo, un hecho que todavía no ha sido conocido o vivido claramente, pero que sí ha sido soñado, anhelado, pensado y organizado. Este inédito viable cuando se torna en percibido deja de ser un sueño y puede hacerse realidad. Para esto está la universidad, el aula y la educación. Están para construir inéditos viables, porque estos tiempos resultan insoportablemente injustos y no pueden ser nuestros tiempos.
- Débora Sales de Souza – Docente e investigadora de la UNCo e investigadora del IICE-UBA – Vicepresidenta de la Asociación de Graduados y Graduadas de Ciencias de la Educación – Argentina