¿Cuántas veces nos preguntamos por qué nos matan? Con y sin políticas públicas; con y sin acceso a la justicia; con y sin ministerio de las Mujeres; con y sin gobierno libertario: los femicidios están ahí. Y acá. Brotan como la humedad estructural en una pared recién pintada. Irrefrenables globitos que estropean todo Vivimos en permanente estado de alerta.
¿Qué hacer sino pedir justicia? Hace unos meses tuvo lugar en Cipolletti el juicio contra los autores materiales del femicidio de Otoño Uriarte, una joven de dieciséis años que en 2006 fue secuestrada cuando iba a la escuela. Su cuerpo apareció meses después en un canal de riego, en Fernández Oro. El juicio por el homicidio de la joven se realizó 19 años después, a pasitos de caer por el precipicio de la prescripción. Si bien cuatro varones fueron hallados responsables, se sabe que hubo más personas implicadas que no fueron llevadas a juicio. La selectividad y el paso del tiempo, llevaron a las amigas y familiares a acuñar una frase: “Para Otoño, la verdad”. La justicia que ofrece el Estado no alcanza.
¿Cómo construir un acto de reparación desde otro lugar? Si la justicia llega tarde y es incompleta, o se reduce a un proceso burocrático que no ayuda a subsanar el daño que un femicidio produce en el tejido social, entonces es necesario, no solo pedir un mejor servicio de justicia, sino también construir otras formas de reparación. Cambiar el foco y la mirada, contar otras historias, involucrar a otras personas, recuperar otros discursos. Construir una memoria se parece, entonces, a picar el revoque y ventilar la casa hasta que la pared seque. Podría ser, también, plantar una semilla, que luego se convierta en árbol de tronco grueso o en hierba delicada. En cualquier caso, florecer.
¿Puede florecer la memoria? Ada Augello y Camila Vautier son jóvenes, periodistas y amigas. Nacieron en El Bolsón, se alejaron para estudiar Comunicación en la Ciudad de Buenos Aires y La Plata, respectivamente, y hace algunos años regresaron para ejercer en su pueblo. Acaban de presentar “Memoria florecida”, un proyecto con el que ganaron una beca del Fondo Nacional de las Artes para rescatar del olvido las historias de diez víctimas de femicidios de mujeres cuyas trayectorias de vida se inscriben en El Bolsón. “La idea fue, justamente, contar las historias desde la perspectiva de qué fue de sus vidas y no qué fue de sus muertes. O de sus asesinatos”, indicó Ada. Con la ayuda de las activistas feministas del lugar, Ada y Camila fueron a buscar los testimonios de las personas que las conocieron y las quisieron, de quienes se vieron afectadas por el arrebato de sus vidas. “Quisimos contar quiénes eran y qué huellas dejaron en las personas que estuvieron cerquita”, dijo Ada.

El proyecto se inscribe en una perspectiva de los femicidios como hechos sociales. “El femicidio, cuando ocurre, no afecta solamente a la víctima sino también a todo su círculo familiar, amigas. Hay casos como el de Otoño Uriarte o el de Soledad Murgic, que eran adolescentes, y sus amigas son adolescencias que quedan totalmente interrumpidas o atravesadas por esta situación sobre la que no hay espacio para poder conversar. Es como un nudo que se arma”, explicó Camila, “y Memoria florecida fue un espacio donde poder contar y donde poder recordarlas desde este otro lugar”.
¿Qué elegimos recordar? Además de Otoño Uriarte, que escribía poemas y escuchaba punk, o Soledad Murgic, que tenía pensar estudiar zoología en La Plata, las creadoras de Memoria florecida recuperaron la historia de Lucinda Quintupuray, una mujer mapuche que vivía en Cuesta del Ternero y, en 1993, a sus 79 años, fue asesinada en lo que se denomina un femicidio territorial, en tierras que actualmente siguen siendo objeto de disputa. También contaron la vida de Beatriz Cañuman, que llegó a El Bolsón para recuperar su identidad mapuche. O quién era Inés Bayer, que era ama de casa y ahí, con sus cinco hijos, encontraba su refugio. En otra crónica, echaron luz sobre la vida de Angélica Gomba, “La Titi”, mujer independiente que tenía varios trabajos y también varios amores, y sobre Evangelina Catalán, que andaba a caballo y escuchaba Los Charros. Las crónicas cuentan historias de vida que son mucho más que un número en el listado de femicidios o casos policiales. “Al iniciar esta búsqueda nos lanzamos con un tema del que había muy poca información”, recordó Camila, “todo lo que había era en torno al relato policial y periodístico pero poco de las historias vitales”. Ada agregó que “se trata de humanizar. La idea siempre fue recordar lo que eran ellas en vida y hacer aplomo en eso y no en lo que le hicieron es otra cosa muy distinta al relato que nos enseñaron los medios hegemónicos sobre los femicidios, a esa revictimización y a esa culpabilización de las víctimas”, agregó.

¿Y si podemos hacer algo más? Días atrás, Ada y Camila presentaron Memoria florecida en la Casa del Bicentenario de El Bolsón. Las acompañaron Liliana Pérez, miembro de la APDH y presidenta del Consejo local de Mujeres y Disidencias de El Bolsón; la actriz y cantora mapuche, Soraya Maicoño –que tiene una obra teatral unipersonal sobre la vida de Lucinda Quintupuray-; y Silvina Karakasis, abogada de la secretaría de Infancia y Familia de Río Negro. Invitaron a familiares y amigas de las víctimas, también a funcionarios –que no asistieron- y al Juez de Paz que sí asistió. “Fue todo un momento”, recordó Camila, “porque pudieron venir familiares que tal vez no iban a las marchas, porque no siempre está la energía de sostener la lucha constante. Gran parte de estos femicidios no tienen resolución judicial entonces hay una herida abierta con acusados que han sido liberados y siguen circulando por el pueblo. Heridas muy latentes”.
Una bisagra. Un agujerito que se abre y deja pasar la luz, ventilar, romper el encierro. “Nos lanzamos a poner en palabras un tema que se venía viviendo con mucho silencio”, sintetizó Camila y agregó: “y todavía no sabemos bien hacia dónde va. Fue un proyecto que es un puntapié para cosas que se van disparando y que ojalá sirva para hacer florecer la memoria”. Ada fue más allá: “Quizás no deberíamos decirlo nosotras, pero creo que es un aporte a la historia social y política de El Bolsón”. Sumo yo: puede ser el germen para que otras comunidades rescaten las huellas que dejaron las vidas que ya no están.
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