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CULTURA

Animarse

“Sé valiente y fuerzas poderosas vendrán en tu ayuda” había escrito Goethe. Y parece aplicar a todo orden vital, el que demuestra que cuando se consigue transgredir la molicie del conformismo, con el arrojo de la acción, es posible -generalmente- obtener el premio dado a la osadía.

Así parece haber sido siempre. Y si el resultado de lo emprendido no se coronó en éxito, sí, en cambio, le cupo a quien accionó, la seguridad de al menos haberlo intentado. Aquello que solían decirnos nuestros mayores cuando nos veían indecisos ante la alternativa de ir por algo que nos interesaba. “Andá por el sí, que, el no, ya lo tenés”.

Se trata de una mirada que aplica a distintos órdenes en la vida, que tanto podían (o pueden) tener que ver con respecto a si debía (o a si debe) intentarse una aproximación a la persona que nos atraía (o atrae) -asumiendo el riesgo del rechazo- como con toda otra iniciativa, como esas para las que el miedo al fracaso suele erigir barreras infranqueables. Muros mentales desde la propia concepción previa de la imaginación, la que asume la derrota de antemano, aun antes siquiera de haber iniciado la pelea.

La historia nos cuenta de los 300 espartanos de Leónidas resistiendo contra el abrumador número de los persas de Jerjes o de Hernán Cortés quemando las naves, para obligarse a cumplir su objetivo de invasión o morir en el intento. Más cerca de nuestro pasado y de nuestra región se dice que Manuel Belgrano operó en términos de arrojo similares cuando llevó la Revolución de 1810 a los esteros paraguayos enfrentando a las tropas realistas ampliamente superiores en su magnitud.

De paso, hay un valor que tercia en el asunto y que tiene que ver con la dignidad. Tal vez por aquello de que “un cobarde muere mil veces y el valiente sólo una”, según alguien escribió. Palabras, de todos modos, que suenan muy estimulantes, pero a las que es más fácil admirar que llevar a la práctica.

Daría la impresión de que los avances de la humanidad fueron siempre traccionados por quienes dieron el salto al vacío, aun sin saber si había contención debajo.

Daría la impresión de que los avances de la humanidad fueron siempre traccionados por quienes dieron el salto al vacío, aun sin saber si había contención debajo”.

El problema es que no sólo en un sentido ético de armonía y bien común ha operado esta historia, sino también, por el contrario, en el que desató en el otro extremo las fuerzas más oscuras, las que desde el inicio de los tiempos operaron y operan en el mundo. Y en esta suerte de contienda dialéctica crónica entre el bien y el mal, este pareciera llevar las de ganar, en tanto acciona desde su condición de inmunidad a sentir empatía por el prójimo, lo que le da una ventaja generalmente decisiva, según puede apreciarse sin esfuerzo haciendo un paneo sobre la actualidad.

En el andarivel de la disyuntiva de animarse o no hacen equilibrio las opciones. El descubrimiento del asombro, la sorpresa y el reconocimiento ante la propia determinación o, por el contrario, la frustración que implica el retroceso y la pasividad frente al desafío.

Ante una noche oscura, de cerrazón, en el extravío de no encontrar la luz que guíe hacia la salida, el animarse quizá tenga que ver con endurecer la marcha y por sobre todo con no perder la convicción de que, aunque no haya amanecido todavía, es cuestión de tiempo.

Porque tal vez -vaya a saber-  animarse hoy sea atreverse a tomar conciencia y entender que todo pasa, que nada es eterno y que al ciclo de la destrucción (y aunque los árboles no dejen ver el bosque) prosigue, invariable, el de los brotes verdes, esos a los que no hay cerrojo de piedra que los pueda contener indefinidamente.

Foto de portada: Yves Klein

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