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ENTREVISTAS

Hernán Ingelmo: “La fe se juega en la vida”

Hoy, lunes 19 de mayo, se cumplen 30 años del fallecimiento de Don Jaime de Nevares, el primer Obispo neuquino. Llegó de Buenos Aires y se dejó atravesar por el sufrimiento del pueblo que lo recibió. En las tres décadas que duró su obispado, se unió a las luchas obreras, cobijó a los migrantes chilenos, defendió al pueblo mapuche, luchó por los derechos humanos en las dictaduras y contra el neoliberalismo. Su opción por los pobres lo llevó a denunciar la explotación y las injusticias, aunque le cortó su ascendente carrera eclesiástica.

Hernán Ingelmo fue sacerdote en la diócesis de Neuquén, pero conoció a Don Jaime mucho antes. Fue el encargado de clasificar los manuscritos que el obispo dejó en la parroquia de Parque Industrial, donde vivió hasta su muerte. En el libro “Vida con sabor a Evangelio”, que se acaba de publicar, Ingelmo rescata los principales núcleos que conforman la teología del obispo neuquino y los respalda con sus homilías, aunque, asegura, “lo más importante que dejó Jaime no son palabras, sino una manera de vivir”. 

En una extensa charla con Intempestiva, Ingelmo repasó vida y obra de de Nevares, repasó sus luchas, su modo de entender el evangelio y sus similitudes con el papa Francisco: “Para ellos ser cristiano no es un agregado, es una manera de vivir que tiene que ver con comprometerse con el ser humano y, particularmente, con el que más sufre”.

Hernán Ingelmo.

 –¿De qué trata el libro?

–Viviendo yo en Parque Industrial, me piden que ordene las cosas que Don Jaime había traído a la parroquia San Cayetano –que fue su última residencia- y que nunca había desembalado. Ya habían pasado dos años de su muerte. Desembalando, entre sus cosas encontré sus manuscritos, que son los borradores que él usaba para predicar los domingos en la misa y por radio LU5. Su episcopado fue entre 1961 y 1991, y él conserva todos los borradores, escritos a mano, en hojas oficio, por orden y por domingo litúrgico. Lo que hicimos con un grupo de estudiantes de la Pastoral Universitaria fue, con la ayuda de los católicos alemanes que financiaron el proyecto, escanear cada uno de los 4.800 documentos que hay, y transcribirlos. Además, encontré otros escritos, como 330 cartas de familiares de desaparecidos que fueron escaneadas y fueron entregadas oportunamente a los organismos de Derechos Humanos. Mucha gente acudía a Jaime y él contestaba de puño y letra, y tenía un modelo de habeas corpus que les hacía llegar a las familias. 

Finalmente con todo ese material yo hice mi tesis de Licenciatura en Teología sobre los núcleos de la prédica de Don Jaime. Esa tesis la hice hace 21 años y nunca la publiqué. Hice una segunda edición para poder publicar y tampoco la publiqué, y finalmente hice una tercera versión donde a cada uno de los subtítulos de mi tesis, en la segunda parte del libro, agrego una homilía de Don Jaime pensando en que lo que yo escribo en base a sus escritos es mi versión y me parece que está bueno que el lector se encuentre directamente con Don Jaime.

El texto sigue un orden cronológico, porque yo también entendía que había gente que no iba a saber quién era Don Jaime. Entonces seguí el orden de la vida, desde sus orígenes, como hijo de una familia patricia de Buenos Aires, donde su abuelo, el intendente Cesares, que le dio el nombre a una calle, era su abuelo materno, pasando por su estudio de abogacía, por el seminario, hasta llegar a ser presbítero salesiano, después venir a la Patagonia y todo su desarrollo como obispo. En cada uno de esos momentos fui insertando un núcleo que a mí me parece central de su manera de ser y de vivir, porque no es solamente de lo que él predicó. Si hay algo que destaca Don Jaime es que lo que él dice tiene valor en el contexto en el que lo dice. Nosotros usamos mucho esta frase que dice “un texto sin contexto es un pretexto”. Y el texto de Don Jaime, en el contexto que le tocó vivir, años de dictadura, de transformación, de expansión de Neuquén, en ese contexto tienen otro valor. Una de las semillas que intento rescatar en este libro es qué cosas nos deja Jaime como enseñanzas, como aprendizajes de vida, para seguir decodificando, traduciendo el evangelio en estos tiempos.

–¿Cuál fue tu relación personal con la Iglesia católica y en particular con Don Jaime?

–Yo nací en Neuquén, estudié en el Colegio Don Bosco, después estudié dos años de Bioquímica en la UBA y después ingresé al seminario para estudiar para presbítero, para cura. Estudié cuatro años en Devoto y tres en el seminario de San Isidro, y después fui ordenado sacerdote en la diócesis de Neuquén. He sido cura en Neuquén, primero en Catedral, después en Parque Industrial y después fui párroco en Nuestra Señora de la Paz, en el oeste. Hasta que me fui a hacer mi tesis de Licenciatura a Barcelona, con los jesuitas, que, justamente, acompañaron los procesos en los 80 y 90 de El Salvador y Nicaragua, en la línea de la Teología de la Liberación. Allá escribo mi tesis y cuando la termino conozco a mi actual compañera, que es argentina pero estaba haciendo un Doctorado en Psicología allá. Finalmente, dejo el ministerio y volvemos a vivir a Neuquén, donde tuve a mis tres hijos. 

Mi papá fue alumno de Jaime en el Colegio Don Bosco de Bahía Blanca. Mis padres se conocen estudiando Derecho, van a la ordenación episcopal de Don Jaime y en las escalinatas de la parroquia de María Auxiliadora, en Almagro, donde lo ordenan obispo a Jaime, Jaime les dice: “Ustedes se vienen conmigo a Neuquén, yo les consigo trabajo”. Viene primero mi papá, que tiene la matrícula de abogado Nº 9 en Neuquén, y en agosto de 1962 llega mi mamá. Jaime, de alguna manera, para mí fue como un abuelo. Jaime venía a mi casa. En la primera etapa, lo pasaba a buscar a mi viejo y lo llevaba al río cuando ellos no tenían auto. Después fue parte de la familia, de compartir los cumpleaños en casa.

–Si tuvieras que recortar los aspectos más destacables de la figura de Don Jaime, ¿qué recorte harías?

–En principio diría que Jaime vivió su compromiso social enraizado en la Doctrina Social de la Iglesia y en un profundo amor a Jesús. No lo hace desde cualquier lado, lo hace desde su concepción evangélica. Esto no quiere decir que Jaime predicaba solamente para los católicos. A las homilías y a las misas de Jaime iba gente que no creía o gente que pertenecía a otras tradiciones religiosas. En tiempos de dictadura, su mensaje, profundamente humanista y republicano, hacía que resonara aún en personas que no compartían la fe católica. Por eso él va a sostener esto que yo llamo el macroecumenismo. Jaime trabajaba con cualquier persona que quisiera el bien de la gente. En sus homilías, muchas veces critica la pasividad de los cristianos frente al compromiso por la vida que muchas personas no creyentes tienen. Todo su compromiso social tiene una profunda raíz en su seguimiento del evangelio de la vida de Jesús.

Foto: Gentileza APDH Neuquén.

–Pienso, por ejemplo, en su acompañamiento a los obreros de El Chocón, como un ejemplo de cómo llevar algo tan general como el evangelio a algo particular tan relacionada a la identidad de la provincia de Neuquén.

–Hay un texto del evangelio que es La parábola del buen samaritano, que es una persona a la que le roban y lo dejan tirado. Pasan personas por el camino y no lo levantan, y una persona extranjera y mal vista, como un samaritano, contrario a los judíos –lo que hoy podría ser un palestino-, se baja del caballo, la sube, la lleva a una hostería y la pone al cuidado. Y paga todos los gastos. Y eso lo hizo, no solamente en El Chocón. En El Chocón lo que sucedió es que fue lo que cambió su historia. Concretamente, Don Jaime era un obispo de transición en Neuquén que venía por un tiempo para después irse a Roma. Él se dejó permear por el dolor de la gente, por la pobreza. Él da un discurso muy importante después de una recorrida que hace por el norte de Neuquén que le impacta mucho en el corazón, que le cambia la vida, y eso hace que se involucre en El Chocón y después con todos los migrantes que venían de Chile perseguidos por la dictadura chilena. Él se encargó a través del Acnur, con Naciones Unidas, de que hubiera una casa que recibiera a esa gente, antes de que se conformara la Pastoral de Migraciones, en 1973/1974. Luego tuvo una opción clara con el tema de los pueblos originarios, del pueblo mapuche. Y así en cada uno de los temas. Durante el tiempo de la dictadura él aprovecha los 20 años de la diócesis, en 1982, para, cuando la gente no se podía reunir, convocar a una gran asamblea diocesana. Yo en el título del libro pongo “Construyendo democracia en tiempos de dictadura”, porque lo que hace es comenzar a debatir temas: la educación, la salud. En esas discusiones nace el gremio Aten. 

–¿Ahí nace también la APDH?

–Anteriormente, fue fundador de Abuelas de Plaza de Mayo. Él ha tenido un protagonismo en el tema de derechos humanos. De hecho, él tuvo una acción muy clara en relación a Adolfo Pérez Esquivel para que fuera liberado. Adolfo estuvo en la Policía Federal de Buenos Aires en un buzón y fue subido a un avión de la muerte, y cuando lo estaban por tirar, hicieron regresar al avión por la presión internacional. La parroquia Nuestra Señora de la Paz del barrio San Lorenzo, tiene la imagen de Nuestra Señora de la Paz hecha por Adolfo Pérez Esquivel en agradecimiento a lo que Don Jaime había gestionado.

Foto: Gentileza APDH Neuquén.

–Decías que estaba a punto de irse a Roma pero eso finalmente no ocurrió. ¿Qué pasó?

–Podríamos decir que con este tipo de situaciones se le cortó la carrera. A partir de la huelga de El Chocón, él tiene un encuentro en El Mesidor con Onganía, donde Onganía le dice “Monseñor, ya sabe por qué lo convoco, porque es algo muy importante”. Y Don Jaime le dice: “Depende lo que sea importante para usted, presidente”. “Por la obra del siglo”, le dice el presidente. Y Don Jaime le contesta: “Para mí, lo importante son las personas por las que murió él”, y señala un crucifijo. Onganía se para y le dice “Monseñor, nuestra entrevista acaba de terminar”. En esos años, por el tema del concordato, había un vínculo muy estrecho entre la iglesia y el Estado. En definitiva, Don Jaime tenía proyecciones de que su carrera eclesiástica continuara en Roma y eso no se dio por este tipo de posicionamientos. Por otro lado, Don Jaime tenía un tremendo respeto por las fuerzas armadas. Él fue subteniente de reserva, eligió hacer Caballería, y tenía un tío general. De hecho, en un encuentro, un militar le dice: “Usted sabe, monseñor, que si no fuera obispo estaría de este lado”, como diciéndole que sería militar. Y Don Jaime le dice: “Sí, pero yo ya hubiera pedido el retiro”. Lo que a él le indignaba era que se haya perdido la honorabilidad de lo que significaba el servicio de ser un militar. Otras personas dirán que Jaime tenía un espíritu contrario a las fuerzas armadas. Para nada. Esto es lo que también le da su riqueza. Durante el tiempo de los festejos, entre comillas, de la “Conquista del Desierto”, él con la presencia de Videla en Neuquén hizo un discurso tremendo pidiéndole perdón al pueblo mapuche. Que él reconociera esas injusticias y la necesidad de reparar esas injusticias no quiere decir que, por otro lado, no valoraba su origen y aquellas cosas que a él lo habían hecho ser quien era.

–No era dogmático.

–Para nada. Su dogma estaba en el bien de las personas y en la justicia social.

–Quería traerte a la actualidad. Me parece que su modo de vivir la iglesia enlaza con lo que fue el papado de Francisco, que por estos días generó como una revalorización de la Doctrina Social de la iglesia. ¿Cómo te parece que enlazan ambas figuras?

–Don Jaime dice que él tuvo un curso acelerado de obispo en el Concilio Vaticano II, entre 1962 y 1967. Ese concilio fue, justamente, el tiempo en el que se formó Francisco como sacerdote jesuita. Hay una línea básicamente que es la de una constitución que se llama Gaudium Et Spes, que es “Alegría y esperanza”, que justamente establece las bases que la iglesia está para servir al mundo, a la gente. Y Jaime y Francisco, o Jorge Bergoglio, van a estar profundamente atravesados por esta realidad del concilio y por esta realidad latinoamericana donde la fe se juega en la vida. Si hay un núcleo central del pensamiento de Don Jaime es que no hay posibilidad de amar a dios si no es amando a la gente. Entonces cualquier cuestión que quiera disfrazarse o vivirse como un amor desencarnado no es evangélico. Será otra cosa, pero no es el mensaje de Jesús. Francisco y Jaime tienen esa misma raíz y, de hecho, ambos toman Rerum novarum; ese ha sido el documento central que los ha inspirado. El libro se llama “Vida con sabor a evangelio” porque en la encíclica sobre la fraternidad social, Fratelli tutti, de Francisco, en la primera línea dice: “Fratelli tutti escribía San Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas y proponerles una forma de vida con sabor a evangelio”. Cuando yo leo esa frase digo ¿dónde escuché esto?. Y me acordé de una homilía de Jaime de 1977 donde él usa la misma frase. Lo que quiero decir es, para ellos ser cristiano no es un agregado, es una manera de vivir que tiene que ver con comprometerse con el ser humano y, particularmente, con el que más sufre. Esa es la clave. Después cada uno tuvo su contexto. Lo que era actual para Francisco fue el tema de Laudato sí: No va a haber ser humano si no hay planeta. El contexto de temas ambientales Don Jaime los visualiza al final de su episcopado pero no fueron parte de su núcleo. Su núcleo estuvo atravesado por el tema obrero, no sólo con El Chocón sino con la fábrica de pilas Vidor, estuvo atravesado con el tema migrantes chilenos, estuvo atravesado con el tema mapuche y el tema de los desaparecidos y la dictadura cívico militar. Y obviamente después, en tiempos de democracia, enfrentando el plan de Cavallo y postulándose como constituyente. A Jaime le generó un conflicto hacia adentro del episcopado presentarse como candidato a constituyente.

–Y después renuncia.

–El primero justifica. Dice “hay una política en mayúscula y una en minúscula. Las política mayúsculas se encargan de las cuestiones de Estado, y la constitución tiene que ver con esa política, yo en la política con minúscula, que es la política partidaria, no me meto. Él renuncia y deja disconforme a todo el mundo: a sus hermanos obispos porque entra en la competencia, es el primero que le gana una elección al Movimiento Popular Neuquino. Y a quienes lo eligieron, porque renuncia. Él renuncia porque consideraba que con el Pacto de Olivos, al no discutirse los artículos, el centralismo porteño iba a continuar. Él dice “si yo no puedo discutir, me voy”. Y se fue.

Para mí, lo más importante que nos dejó Jaime no son palabras para repetir, sino una manera de vivir que hay que actualizar. Francisco re actualizó el evangelio a temas que a él lo atravesaron: la inclusión de personas de distintos géneros, el tema del ambiente. Temáticas que en tiempos de Jaime no estaban tan notorias. Pero sí hay una línea de continuidad entre Jaime, Francisco y ahora en lo que deja vislumbrar León XIV, y es que la única manera de ser fiel a Jesús de Nazareth y al evangelio es atendiendo el sufrimiento de las personas y de las comunidades de una manera colectiva, no individual. Por eso Jaime usa una frase del papa Pío XI que es “la política es el grado más alto de la caridad” porque atiende al bien común. 

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