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ESTAMPAS DEL SUR DEL MUNDO

El tan temido oeste

Así como hacia el centro y sur de nuestro territorio nacional existió, desde el tercer cuarto del siglo XIX, un movimiento político-militar histórico, conocido como “Campaña del Desierto” y mediante el cual le usurparon a sus legítimos habitantes inmensas extensiones de tierras, que ocupaban por derecho natural propio, así también (con alguna simultaneidad cronológica, aunque situadas en las antípodas una región de la otra) se operaba entonces, al norte de América, una similar expansión del hombre blanco hacia el extremo oeste de sus hogares de origen. Se conoció a esa vastedad como el “Far West” (“Lejano Oeste”), objeto de la curiosidad y el deseo que desvelaría a empeñosas camadas de intrépidos aventureros, con o sin familia, los que año tras año incursionarían en pos de su magnético desafío.

En los Estados Unidos de Norteamérica (que de ese país se trata) a la mecánica del despojo y exterminio indígena que -como en el caso argentino- aplicaron, previamente a las migraciones civiles internas sobre los pueblos sometidos, se agregaría además la que los llevaría luego a expandirse también hacia el sur y tomar violenta posesión de gran parte de México, mostrando de paso, con esa prepotente anexión, la hilacha inicial de lo que constituiría su futura identidad imperialista.

Aquel “Lejano Oeste” sobre el cual ilustran, a su modo, tantas películas, representaba para el viajero una ilusión que, aunque si bien soñada, no estaba a la vez exenta de inquietudes y miedos diversos. Esto era así porque se trataba de internarse allí donde habitaban unos seres (en la concepción del hombre blanco apenas considerados humanos) a los que en el más benigno de los casos llamaban “salvajes” y de los cuales no conocían en verdad absolutamente nada. Nada de su cultura, su identidad o derechos, o apenas lo mínimo para crear en su imaginario tremendos peligros a los que habría que exponerse cuando se produjera el inevitable contacto.

Siempre pareciera fue así, se teme lo que no se conoce. Antes y hoy, con sus matices y variables aprensiones, el miedo suele surgir ante lo inexplorado. Para el caso que compete a quien habita la ciudad de Neuquén, si se mira entre líneas vitales, asoma flotando un lejano vínculo, una suerte de sutil semejanza, que emparenta de alguna manera aquellos -en tiempo y espacio lejanos- sucesos históricos con la realidad que toca a quienes moran hoy en esta parte del sur argentino.

El oeste de la ciudad es donde habita el misterio y también los económicamente menos afortunados, allí donde los barrios humildes son transitados por múltiples líneas de colectivos y personas, diferentes a esas a las que componen esa franja social, a la que alguien denominó alguna vez irónicamente “gente como uno”.  Una suerte de “Far West” vernáculo se crea en el pensamiento de aquella ciudadanía de buen pasar, la que suele percibir a la calle Catriel, en su intersección con Belgrano, como una suerte de frontera tras de cuyo límite acechan riesgos, en la forma de hurtos, robos y violencias, entre otras posibles, temidas e inciertas amenazas.

Lo real será, sin embargo, que si por algún motivo (llámense cambiantes situaciones económicas, motivos de trabajo, familiares, etc.) le toca a la persona trasladarse más allá de la zona que antes cobijaba su seguridad en búsqueda de, por ejemplo, alquileres más accesibles, dará en advertir con el transcurso del tiempo, para su sorpresa y hasta quizá para su agrado, que no es tan fiero el león como lo pintan. Porque resulta que, al fin y al cabo y como dijera alguien con gran lucidez: “Nada es nunca como se espera ni tampoco como se teme”.

  • Alejandro Flynn – uno que escribe

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