La escalada de discursos de odio en boca de funcionarios del Gobierno nacional marca un cambio de época que trae consecuencias concretas, siempre negativas, en la vida cotidiana de todxs. Pero si sos una persona que se identifica con alguna diversidad, tu vida, además, corre peligro. No exageramos. Ocurrió con el triple lesbicidio de Barracas, donde un vecino prendió fuego a cuatro mujeres mientras dormían, porque no le gustaba que fuesen lesbianas. Aunque no siempre el odio derive en la muerte directa, las palabras crean climas que habilitan acciones y esas acciones, siempre, atacan la integridad o un derecho de personas concretas.
En un congreso internacional de Investigación Educativa realizado en la UNCo allá por 2007, las activistas Graciela Alonso, Gabriela Herczeg y Ruth Zurbriggen ya analizaban los usos masculinos del lenguaje en el ámbito de la docencia. Allí se preguntaban “¿qué efectos tiene en las mujeres la exclusión de la participación en la formación de sistemas de ideas y en la constante invisibilización histórica?”.
Respondían que “cuando la palabra no nos nombra estamos aprendiendo el lugar de subordinación que nos adjudican respecto al varón. Esto resulta en una violencia simbólica e invisible en la que las maestras nos adiestramos permanentemente, y lo peor, la ejercemos sobre compañeras, alumnas, madres, y mujeres en general”.
Por eso cuando el vocero presidencial, Manuel Adorni, informó la decisión de prohibir el uso del lenguaje inclusivo en la información oficial del Gobierno se encendieron varias alarmas. Negar existencias o nombrarlas para depositar en ellas odio, son formas de violencia simbólica que hacen tangibles. Y peligrosas.
Tatiana Breve, referenta en Neuquén de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA), explica a Intempestiva que “hay un sector de la sociedad que se identifica con la letra e, que se identifica con la cuestión no binaria, y ese sector es al que se busca erradicar con la prohibición del lenguaje. Es un sector al cual no se lo puede nombrar y, lo que no se nombra, no existe. En algún momento eso estuvo disfrazado de edictos policiales que, justamente, criminalizaban la diversidad sexual y el travestismo”.
Tatiana remarca que estos discursos “nos ponen en un lugar de mucho peligro”. No sólo porque en los casos extremos pueden terminar con la vida de las personas, sino “lo podemos ver con la cantidad de personas LGTB hoy en situación de calle o con el despido de las personas trans que ingresaron con la Ley Nacional de Cupo Laboral”.
Para ella, “a ese clima nacional, los gobiernos locales lo aprovechan” entonces “los Estados provinciales copian, pegan y aplican la motosierra, como la quita del subsidio de la reparación histórica acá en Neuquén”. Hasta hace poco, “había una perspectiva de pensarse en nuevas humanidades y esas nuevas humanidades eran con personas trans adentro. Hoy, los municipios, por ejemplo en Chos Malal, despidieron a las personas trans que estaban contratadas”, detalla.
“Como cuando existían los códigos contravencionales, volvimos a aglomerarnos, a vivir cinco o seis en un monoambiente, volvimos a las ollas populares, a generar momentos de resistencia”, reflexiona. “Se vuelve a esos lugares a los que decíamos que no volvíamos nunca más”.
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Liam Boggan es psicólogo social, es docente y es una masculinidad trans. Para él, los discursos de odio existieron en todas las épocas y traen consecuencias nefastas y dolorosas para sus receptores, que no son solamente las diversidades sino también los pobres y cualquier persona que se encuentre en una situación de vulnerabilidad.
“Yo tengo 53 años. Todos estos discursos no son algo nuevo para personas de la vieja escuela”, aclara. Liam nació en 1970. Cuando iba a primer grado comenzó la dictadura; cuando tenía 13 años conoció la democracia y cinco años después “llegó el sida”. Recuerda que en ese momento sintió el “abandono del Estado ante una epidemia, a una cantidad de personas que murieron en el más absoluto abandono”. Relata que el discurso de fines de los 80 y principio de los 90 era que “los maricones eran un asco” y asegura que en la actualidad “mueren personas por no decir que tienen el virus. Es una locura”.
Volviendo al presente, considera que “lo terrible es, no sólo las personas que emiten los discursos de odio, con la perversidad que los emiten –porque saben lo que están diciendo y saben que a eso genera una habilitación-, sino todo lo otro que estaba taponado”. Amplía: “Asusta verdaderamente, genera mucho pánico cómo salta tanto alrededor. Silencios que en algún momento eran políticamente correctos”.
Para Liam, que haya políticas públicas que resguarden derechos, como la Ley de Identidad de Género, la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Educación Sexual Integrales, es fundamental porque “una política es muy diferente a una opinión. La opinión puede ser ‘a mí no me parece, a mí no me gusta, a mí me da asco’. Como yo puedo ver un cuadro y decir ‘esta boludez sale un millón de dólares?’. Pero una opinión es muy diferente del registro de realidades y de brindar una vida digna a personas que no sé por qué no serían plausibles de tenerla”.
Liam repite varias veces a lo largo de la charla con Intempestiva que “los discursos de odio están emitidos a conciencia”, que se trata de “una política, no de un error o desconocimiento”. Y destaca que no sólo disparan contra las diversidades, sino sobre cualquier grupo que esté en una situación de vulnerabilidad social. “Hay una careteada general y los vulnerables son los más fácil de pegarles: alguien indefenso, alguien más chico, alguien más pobre, alguien desarmado. Digo para sacar el mote de lo identitario de las personas trans. La violencia en todas sus formas”.
Liam aborda otra dimensión que tiene la violencia, cuando afirma que “los discursos de odio no solamente nos ponen en un lugar de indefensión respecto al afuera (salir a hacer las compras, salir a trabajar), sino también en un lugar interno que es muy dañino para nosotros mismos. Nos cansa el dolor, nos agota. Nos apresura a vivir en la muerte pública porque es simbólico que te van a matar, no es necesario que te maten realmente. Se puede estar muerto de muchas formas”.
De algún modo, Liam cuestiona la máxima “nuestra venganza es llegar a viejos”, que se escucha mucho en boca de personas trans adultas -que son pocas-, porque reconoce que aún los más viejos sienten hoy “parálisis”, “temor” y la necesidad de “generar otra vez una red de cuidados, de secretos”. Le preocupa también cómo afrontan esta época las nuevas generaciones, aquellos adolescentes que nacieron con la Ley de Identidad de Género, entre otros derechos.
“Una cosa es que a mí se me activen miedos antiguos y yo tengo herramientas –o no- y otra cosa es una generación que nació con toda una serie de beneficios ya armados. Lo desarmás y no sabés qué se les dispara a los pibes. No tienen cultura revolucionaria, no tienen cultura de organización”, advierte, más allá que cree que siempre se puede aprender de ellos. Para concluir, sostiene que “nosotros vamos a volver a remar, a volver a salir” porque “tenemos ejercicio”, sin perder de vista que “el bienestar, el crecimiento, pasa por otro lugar. No pasa por sobrevivir”.
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Lucas “Fauno” Gutiérrez es periodista y activista de Derechos Humanos. Para él, los discursos emanados por funcionarios del Gobierno nacional “legitiman el odio” y eso conlleva a que “luego, quienes nos van a atacar, ningunear, invisibilizar y demás tengan cierto, entre comillas, justificativo institucional para hacerlo”.
Consultado por Intempestiva, destaca que los discursos de odio muchas veces conducen a crímenes de odio, en referencia a “asesinatos motivados, abrazados y apañados en esos discursos” pero también se traducen en “un padre, en una madre que ataca, que niega, que incluso a veces desde el amor dice ‘yo no quiero que seas una persona LGTB+ porque, como dijo (el biógrafo de Milei) ‘Nicky’ Márquez, vas a vivir 25 años menos’ o como dijo (la canciller) Diana Mondino ‘vas a tener piojos’”. Es decir, consideró que permite habilitar la violencia en la vida cotidiana.
Al igual que a Liam, a Lucas este contexto no le parece nuevo sino “la continuidad de un cinismo que ya vivimos durante la gestión de (Mauricio) Macri, pero ahora lo veo más obsceno, más violento, revanchista con quienes bregamos por los derechos humanos”.
Agrega que “lo que me preocupa, más allá de Milei, tiene que ver con el contexto social de quiénes lo apoyan y por qué. No porque creo que haya que hacer un macartismo, sino preguntarnos por qué el odio, por qué la crueldad, por qué lo siniestro se está estableciendo como cotidiano”.
Lucas es militante por los derechos humanos y, en particular, activa por los derechos de las personas que viven con VIH. Es por eso que está atento a cómo el sistema de salud responde a sus necesidades. En ese sentido, señala que “cuando hablamos de acceso a la salud, hay un indicador que es la pastilla. La pastilla está o no está” y señala que “en realidad tenemos que ampliar la mirada y hacernos preguntas más grandes: ¿Tengo la medicación que necesita mi cuerpo? ¿Me están dando el más barato y que me genera mayor cantidad de efectos secundarios? ¿Hay sistemas de salud mental? ¿Me puedo hacer una densitometría para ver cómo están mis huesos de tanto tomar medicación?”, plantea, para empezar.
La respuesta a esas preguntas “obviamente, es no”, dice y amplía “a mí no me alcanza con la pastilla. Nosotros necesitamos de un Conicet que siga investigando el camino a la cura. Necesitamos un sistema de salud completo que aborde salud mental, que aborde huesos, que aborde sistema hepático”.
Por otra parte, apunta que el cumplimiento de los derechos de las personas con VIH no es un reclamo que sólo puede impulsar ese grupo. “Si a mí me falta medicación, como persona viviendo con VIH, si yo como trolo no soy atendido en un centro de salud mental por un ataque de ansiedad o por lo que sea, ¿por qué esto no va a ser tomado como un indicador de que lo que está fallando es el sistema de salud? Nuestras exigencias no son individuales, son sociales”, consigna.
Si bien reconoce que en las gestiones anteriores también hubo fallas importantes, considera que “ahora estamos peor” porque hay faltante de medicación de calidad que no genere efectos secundarios, por ejemplo. Además, en la actualidad advierte “un cinismo, un discurso de odio siniestro por parte de las instituciones”.
En el mismo sentido, apunta “en este contexto, militares e iglesias evangélicas son las que se encargan, por ejemplo, de (repartir) nuestros alimentos. Entonces hay una militarización y una evangelización de nuestras vidas cotidianas”. Nuestras vidas residen “en las manos de militares, los mismos que desaparecieron, torturaron y eliminaron sistemáticamente a todas nuestras disidencias; y en las manos de evangélicos, que piensan que nuestras vidas LGTB+, que nuestras vidas por fuera de la norma hétero son vidas que deben ser curadas. Entonces estamos legitimando todo ese odio”.