Es otro el tiempo.
30 mil desaparecidos primero y el genocidio cultural después, a través de los medios, clausuraron -por mucho tiempo o quizá para siempre- toda ilusión de cambio profundo.
Las nuevas generaciones ya no hablan de patria. Su tiempo es el de Instagram y tic toc. Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan José Castelli son nombres cada vez menos advertidos. El movimiento de dignidad que se destapó en mayo de 1810 ya no es siquiera casi un recuerdo. La bandera flamea en las tribunas del fútbol, cuando juega Argentina, pero no es llama dentro de las almas.
El imperio del planeta y sus satélites, en cada región, hicieron prolija tarea, exterminio de la pasión. La aplastaron en el alma humana como a una cucaracha. Donde hubo empatía la reemplazaron por miedo. Donde hubo solidaridad sembraron egoísmo.
La soledad es la mejor aliada de los poderes que se hicieron del planeta.
El mal siempre fue más inteligente y, por, sobre todo, nunca contó ni le importaron los muertos. Jamás reparó en medios y ese poder lo hace casi indestructible.
Acá en el pago, al sur del mundo, mientras tanto, la cosa va como de hormiguero pateado.
La coincidencia no nos lleva a la calle a dar vuelta la historia, sino a destilar pestes de palabra contra el que gobierna.
Despreciar al que preside por no haber sido Lenin o Fidel. Pero hacerlo desde twitter (ahora X)..
En la evidencia de que nuestro arrojo alcanza apenas para insultar al prójimo, que manda para exigirle que haga lo que no hacemos, la revolución por las redes del “animémonos y vayan”, tal vez habría otra opción. Más humilde, pero a la larga más auténtica.
Es cuando la idea que viene lleva a pensar que quizá el cambio deba operar en cada uno, cada una.
Que esa revolución, ese acto transformador, no sea imperativo hacia los demás sino hacia adentro de cada cual. Entonces, empezar a ser más humano/as, más generosa/os, más compasivo/as, más empática/os, menos egoístas.
Siempre será más fácil pedirle al que manda lo que no asumimos desde adentro, pero podríamos hacer el intento.
Y entonces, por qué no, como aquella “cadena de favores”, ser cada uno/una el bien para el otro, la otra. Y así. Como una ficha de dominó, emanar, arrastrando a la siguiente.
Intentar de verdad ser mejor persona. Tarea ardua si las hay, pero bella como pocas.
Quizá sea esa la única revolución posible.
- Alejandro Flynn – uno que escribe